José Luis Trullo.- Paul Valéry es un autor relativamente conocido por sus poemas, sus ensayos sobre estética o su interesante Monsieur Teste, ese espejo deformado en el que el autor quiso reflejarse con más o menos éxito. Menos difundidos son sus descomunales Cuadernos (hay traducción parcial en castellano), una ingente cantidad de anotaciones plasmadas durante años y años de paciente escritura al filo de la madrugada, en concreto, y en palabras de Valéry, a las cinco, "la hora de ser lo menos semejante, lo más único posible".
En muchos sentidos, los Cuadernos de Valéry responden al "deseo de estar conmigo, y hasta de ser yo" que guía a un autor no por azar fascinado por la figura de Narciso, a la que dedicó numerosos escritos a lo largo de su trayectoria literaria. Ese ansia de unidad personal le lleva a establecer una "autodiscusión infinita" formada por "una multitud de fragmentos claros", si bien "el conjunto es negro".
La opacidad última en la que desemboca una racionalidad en busca de su fuente primera no le obsta para continuar en el empeño, pues en cierto modo la esencia misma de la subjetividad valeryana consiste, no en encontrarse al final del camino, sino en la propia búsqueda de sí misma. Desdoblada en pez y pescador, en liebre y tortuga, la escritura de estos cuadernos cobra la enjundia de un banco de pruebas permanente, sin solución conocida. El yo como esencia huye permanentemente, y lo que le queda al investigador es identificarse con el yo como pregunta, como enigma insoluble. El propio Valéry así lo asume: "conocimiento, sólo si es tránsito".
Que Valéry era consciente de que sus Cuadernos no buscaban otro fin que el de ofrecerle un espacio absoluto de indagación subjetivo-objetiva, personal-impersonal, rehuyendo la cristalización en forma de una obra destinada a un lector ulterior, se sintetiza en esta anotación bastante clara al respecto: "si este trabajo no resulta inane, es hermoso; lo guardo entonces para mí. Si resulta inane, no tiene valor alguno, y entonces lo guardo para nadie".
Los Cuadernos de Valéry, a pesar de estar escritos al hilo de los días, no son un diario, al menos no un diario al uso, pues en ellos es raro encontrar alusión alguna a los acontecimientos de la vida cotidiana del escritor, o cuando se produce es porque ha motivado algún tipo de reflexión a los efectos señalados. Él mismo lo advierte: "No escribo mi diario, me aburriría demasiado retener lo que aspiro a olvidar; anoto sólo momentos particularmente fecundos (en apariencia) que se producen en mí".
En los cuadernos de Valéry abunda el género aforístico, hasta el punto de que podemos hablar de una especie de diario en aforismos. Uno de ellos lo sintetiza de un modo contundente: "me encantan los relámpagos - son muy amplios - son muy breves - absolutamente suficientes. Enormidad instantánea. Todo y rápido". Esa puntualidad del aforismo es la que le permite acoger la suficiencia instantánea del relámpago: aquí, la digresión no haría más que diluir el efecto pretendido, que es el de acoger una totalidad en huida. Y es que Valéry siente "el horror por lo que no cabe en un instante". Y ahí es donde el aforismo se revela como la forma perfecta para su investigación filosófica, que es personal, que es únicamente suya y, por serlo, puede ser también la de cualquiera. Incluso la de usted, lector, su semejante, su hermano.
Mi método soy yo.
Una filosofía debe ser portátil.
Los demás hacen libros. Yo hago mi mente.
Tengo la mente unitaria, en mil pedazos.
Profundizar el fondo, hasta alcanzar lo informe, lo inexpresable puro.
Hacer sin creer: mi divisa.
Es lo que de desconocido hay en mí mismo lo que me hace ser yo.
El dolor es siempre pregunta y el placer, respuesta.
Comprender es transformar.
Cada cosa que es, en el caso de no ser, habría sido enormemente improbable.
"Nada cierra: siempre, por algún sitio, se escapa lo que existe, huye"
La vida tan simple, el pensamiento tan complejo como sea posible. Así es como me gustan.
Una persona es tanto menos sensible en la medida en que exhibe y utiliza sus sentimientos.
No vale la pena escribir si no es para alcanzar la cima del ser, y no la del arte.
Sólo hay una cosa que hacer: rehacerse. Y no es sencillo.
Aprecio por encima de todas a las mentes disyuntivas.
Ser consciente es relacionar en cada instante lo que pensamos que hacemos con lo que podríamos pensar o hacer.