Los Cohetes de Charles Baudelaire y el moderno deísmo sacrílego
Frente a la concepción actual de Charles Baudelaire como un hereje, un moderno prometeo, un santo laico, el autor del Spleen de París revela en sus diarios íntimos (parcialmente rotulados con el significado epígrafe de Cohetes) una dimensión religiosa provocadora y refrescante. Que en un mismo espíritu puedan coexistir, sin daño, una faz sacrílega y otra deísta, en un combate mucho más moderno que las actuales dogmáticas agnósticas, nos plantea un sinfín de preguntas y nos induce a la reflexión sobre la esencia de nuestra época, encorsetada por categorías estancas e instancias mutuamente excluyentes. La traducción que presentamos es inédita, y se publica por primera vez en El Aforista.
Cuando incluso Dios haya dejado de existir, la Religión seguiría siendo Santa y Divina.
Dios es el único ser que, para reinar, ni siquiera tiene necesidad de existir.
El gusto por la concentración productiva debe reemplazar, en el hombre maduro, al gusto por el despilfarro.
El amor se puede derivar de un sentimiento generoso: el gusto por la prostitución; pero pronto se ve corrompido por el gusto por la propiedad.
El amor quiere salir de sí mismo, confundirse con su victima, como el vencedor con el vencido, sin dejar de conservar los privilegios del conquistador.
Las voluptuosidades del emprendedor reúnen a la vez las del ángel y las del propietario. Caridad y ferocidad. Incluso son independientes del sexo, de la belleza y del género animal.
Las tinieblas verdes en las tardes húmedas de la bella estación.
Profundidad inmensa del pensamiento en las locuciones vulgares, agujeros horadados por generaciones de hormigas.
Anécdota de cazador, relativa a la íntima relación de la ferocidad con el amor.
De la feminidad de la Iglesia, como razón de su omnipotencia.
Del color violáceo (amor contenido, misterioso, velo, color de canongía).
El sacerdote es inmenso porque hace creer a una muchedumbre en cosas sorprendentes.
Que la Iglesia quiera hacerlo todo y serlo todo es una ley del espíritu humano. Los pueblos adoran la autoridad. Los sacerdotes son los servidores y los sectarios de la imaginación. El trono y el altar, máxima revolucionaria.