
Durante muchos años me dediqué a coleccionar frases cortas. Las seleccionaba entre el maremágnum impreso que tenia ante mis ojos y las sacaba de contexto. Las anotaba en cuadernos que yo mismo confeccionaba. Entonces no me entretenía demasiado en su aspecto paradójico. Instintivamente, buscaba el ingenio, la ironía, incluso a veces un cierto y refinado sarcasmo. Yo ya conocía a los aforistas orientales, Lao Tse, Confucio, Zhuangzi y tantos otros. Sin embargo, quienes irrumpieron con ímpetu en mi vida de lector y de aventurero literario fueron Lichtenberg, Chamfort, La Rochefocauld, Karl Kraus, Joseph Joubert, José Bergamín y, posteriormente, Joan Fuster, Stanislaw Jerzy Lec, Zarko Petan… Bueno, bueno, bueno, a todos ellos y a muchos más debe conocer muy bien el amigo Catalán, pues en sus ocurrencias y pensamientos resuenan insistentemente.
No voy a descifrar las paradojas de Miguel Catalán, ni mucho menos a explicarlas. Una paradoja se acepta o no se acepta. Bien te entra por el ojo derecho o bien por el oído izquierdo. Da igual. Al encontrarnos con ella la reconocemos enseguida, pero no me pidáis que explique dónde está la sorpresa. Una paradoja es algo más que una contradicción: es un juego intelectual bastante curioso. Tiene cierto misterio. Es algo criptográfico. Veamos una de las que nos regala Catalán en este libro: "Hay escritores que ya no escriben libros por falta de tiempo". Parece obvio que sea así. Nos parece natural que ocurran estas cosas. Claro; el escritor famoso está inmerso en sus éxitos literarios, más que en sus proyectos creativos. Pero la cosa va más allá. No es que el éxito se le haya subido a la cabeza, es que se la ha vaciado. Cuando Dios creó el mundo aún no era famoso. De ser así, no lo hubiera creado... por falta de tiempo.
Miguel Catalán, La ventana invertida. Trea, Gijón, 2014.