Vauvenargues: la virtud de la indulgencia
José Luis Trullo.- Luc de Clapiers, marqués de Vauvenargues, nació en 1715 en Aix-en-Provence y murió en París, en 1747. Tras un tiempo de servicio en el ejército francés, se dedicó en exclusiva al pensamiento y la escritura, siendo su obra más destacada el tratado titulado Introducción al conocimiento del espíritu humano, seguida de Reflexiones y máximas (1746). De sus sentencias se realizaron varias ediciones, con distinto contenido, de manera que en la actualidad se dan a conocer agrupadas en tres secciones: publicadas, póstumas y suprimidas, esto es, que no aparecen en todas las ediciones. En total, suman 945, oscilando entre la máxima clásica, breve y concisa, y la reflexión más o menos extensa y sintácticamente trabada.
En cuanto a los temas, Vauvenargues toma el testigo de sus antecesores inmediatos (Pascal, La Bruyère y La Rochefoucauld) y aborda el de las pasiones humanas y su relación con la verdad última de la naturaleza humana. Respecto a ella, se pronuncia de un modo mucho más indulgente que los moralistas tradicionales, asumiendo que el ser humano es un ser dual, cuya razón no tiene por qué ser necesariamente superior al sentimiento, pero tampoco inferior. No es un autor timorato y equidistante, sino un sabio cuya extremada juventud no le impidió, de la mano de su extraordinaria capacidad de penetración, alcanzar la ecuánime madurez de quien no se complace en acusar a sus contemporáneos de manera mecánica, pero tampoco se conforma con aceptar las debilidades como destino fatal de la persona.
En su clarividencia, Vauvenargues censura por igual a los optimistas irredentos, que no aceptan ningún límite a su vanidoso entusiasmo, y a los pesimistas natos, cuya presunta lucidez se parece demasiado a la ceguera. Admite el amor propio como una guía válida del comportamiento, siempre que no se confunda con el infantil narcisismo de quien sólo mira por sí y para sí; en ello, se anticipa con mucho a la nítida distinción que estableció Oscar Wilde entre el sano individualismo y el egoísmo morboso.
Voltaire, de quien era amigo, dijo de él que era "un verdadero filósofo, que vivió como un sabio y murió como un héroe, sin que nadie se enterase". Ciertamente, su repercusión ha sido mucho menor que la de sus coetáneos, sin que su talento sea la única explicación para semejante agravio compatativo. Encontramos en sus escritos un espíritu abierto, flexible, tolerante, pero a la vez crítico, irónico y sagaz.
Es más fácil decir cosas nuevas que conciliar las que ya se han dicho.
No existe violencia o usurpación que no encuentre amparo bajo alguna ley. ¿Qué determinó el reparto de la tierra, sino la fuerza? La única función de la institución de la justicia consiste en preservar las leyes de la violencia.
Es un gran síntoma de mediocridad elogiar siempre de forma moderada.
La prosperidad hace pocos amigos.
La servidumbre es más gravosa que la guerra.
Mientras que nosotros despreciamos el interés de las agitaciones violentas, aquellos a quienes compadecemos por sus zozobras se ríen de nuestro reposo.
Difícilmente podrían hallarse personas más agrias que las que se muestran dulces por interés.
Sensatez y extravagancia, virtud y vicio, cuentan con adictos satisfechos por igual; pero la satisfacción no es signo de mérito.
El sentimiento de nuestras fuerzas las aumenta.
No es cierto que las personas sean mejores en la pobreza que en la riqueza.
Los hombres tienen pretensiones mayores que sus proyectos.
Es preferible la clemencia a la justicia.
Descubrimos en nosotros mismos aquello que los demás nos ocultan, y reconocemos en los demás aquello que nos ocultamos a nosotros mismos. Seguramente, ambos hechos están relacionados.
Se dicen pocas cosas sólidas cuando nos empeñamos en decir cosas fuera de lo común.
La razón nos engaña con mayor frecuencia que la naturaleza.
La inteligencia es el ojo del espíritu, pero no su fuerza; su fuerza reside en el corazón, es decir, en las pasiones. La razón más lúcida no infunde el impulso suficiente como para actuar y querer.
La razón y el sentimiento se aconsejan y suplen alternativamente. Quien sólo consulta a uno de los dos y renuncia al otro se priva desconsideradamente de una parte de los auxilios que nos han sido dados para guiar nuestra conducta.
Los consejos de la vejez alumbran sin calentar, como el sol del invierno.
No se ha nacido para la gloria si no se conoce el coste del tiempo.
Aquel que nació para obedecer, lo haría incluso en el trono.
Sólo quien sabe sufrir cualquier cosa puede atreverse a cualquier cosa.
Es bueno ser firme por temperamento y flexible por reflexión.
El arte de complacer es el arte de engañar.
Hay hombres que son felices sin saberlo.
No ambicionaríamos tanto la estima de los demás si estuviésemos realmente seguros de merecerla.
Las grandes generosidades producen las grandes ingratitudes.
Las personas no se comprenden las unas a las otras; hay menos locos de los que nos creemos.