El Aforista somete a los aforistas españoles al Cuestionario Chamfort, un listado cerrado de preguntas sobre la escritura más breve, con el propósito de cartografiar un mapa más o menos minucioso del estado del género actualmente en España.
En esta ocasión, entrevista a Gabriel Insausti. Nacido en San Sebastián en 1969, poeta, traductor y profesor de literatura. Es Doctor en Filología Hispánica y en Filología Inglesa, Master of Arts en Filosofía y en Historia del Arte. Ha sido visiting scholar en las universidades de East Anglia y Aberdeen. Desempeña su labor docente en el departamento de Literatura hispánica y Teoría de la literatura de la Universidad de Navarra. Ha traducido a Cecil-Day Lewis o los románticos ingleses (Coleridge, Wordsworth), así como a W. H. Auden o John Henry Newman. Ha publicado también libros de investigación filológica (La presencia del romanticismo inglés en el pensamiento poético de Luis Cernuda) y textos sobre cine (Tras las huellas de Houston), aunque su producción más importante es la poética. En el género aforístico, la editorial Renacimiento de Sevilla acaba de publicar Preámbulos, donde se recopila una buena parte de su quehacer en este campo.
1. ¿Recuerda cuándo empezó a escribir a aforismos de una forma consciente, es decir, comprometido con el género en cuanto autor?
Hacia 2008. Hasta entonces sólo hacía poesía, ensayo, traducción y diarios. Acababa de publicar un libro de haikus y me di cuenta de que algunas ocurrencias que había descartado eran más bien greguerías: seguían teniendo ese anclaje en lo visual, pero sin la disciplina del metro, y a menudo eran más lúdicas que líricas. Luego empezaron a llegar otras frases, también muy breves por lo general, que venían despojadas de imagen; se trataba más bien de ideas expresadas en forma de sentencias. De ahí nació un cuaderno de notas que ha terminado por cuajar en Preámbulos.
2. ¿Cuál es su método de creación y composición de aforismos? ¿Los corrige de forma concienzuda, o prefiere respetar la primera intuición?
No creo que nadie se levante y se ponga a la tarea de escribir aforismos, de nueve a tres. Simplemente, mientras estoy en otra cosa oigo o veo algo que despierta en mí una idea, una asociación de cosas, y lo apunto. Luego lo traslado a un documento en el ordenador y empieza esa labor de criba y escrutinio periódicos. Lo decisivo en estos libros de aluvión, desde luego en mi caso, es tener inaugurados varios cajones en el armario, varios géneros bien definidos, y de ese modo saber en cuál encaja mejor la idea que llega de improviso.
3. ¿Cuáles son sus aforistas de cabecera?
No soy un buen conocedor del género, la verdad. El cinismo moral de La Rochefoucauld resulta muy higiénico, pero a ratos se necesita un Pascal que levante el vuelo. Entre esos dos Escila y Caribdis me muevo, creo. Cioran está en la lista lo mismo que Porchia (que cuenta con una edición magnífica en Pre-Textos), aunque veo en las Voces de este último -más que una mera serie de frases- una especie de testamento, indisociable de ese asceta laico que fue.
En más cercano, Ramón Eder es un aforista muy notable. Hay libros como Hormigas blancas de Jordi Doce, o Soliloquios y divinanzas, de José Mateos, que contienen apuntes o divagaciones muy perspicaces, y que cuando buscan la concisión se acercan al aforismo o abren posibles nuevas vías para el género. Me interesan también las observaciones que descienden del plano de los temas universales al asfalto de la actualidad social, como sucede a menudo con las de Manuel Neila. Tienen el obvio peligro de la caducidad, pero salteadas sirven para anclar las cosas en el tiempo. Dar que pensar, de Sergio García Clemente, está muy bien…
También me gusta leer a autores que no escribieron exactamente aforismos o que escribieron muy pocos, como Wilde y Pessoa, por distintas razones: en el primero por ese ingenio brillantísimo y provocativo, en el segundo por las entretelas y la capacidad de autoanálisis del personaje –o los personajes, debería decir– que fue el poeta portugués. Muchos dísticos de Pope se pueden desgajar de sus largas ristras de versos y convertir en aforismos.
4. Dígame su aforismo favorito, aquel que envidia no haber escrito usted.
Uno de Wilde: “Hay dos tragedias en la vida: una es no conseguir lo que se busca; la otra, conseguirlo”.
5. ¿Recuerda el mejor aforismo sobre el aforismo que haya leído?
Uno de Joubert: “Los pensamientos tienen que enlazarse como los sonidos en la música, y no como los eslabones de una cadena o como perlas enhebradas”.
6. ¿Qué lugar ocupa el aforismo en su actividad creadora, respecto a otros géneros?
Creo que me sirve para caer mejor en la cuenta de lo indisociable que son forma y significado, para buscar la expresión más feliz, concisa y memorable. No se trata, claro, de un simple “menos es más”, puramente cuantitativo; se trata de que ha de haber más cera que la que arde pero al mismo tiempo el aforismo ha de ser autónomo, ha de sostenerse por sí mismo. Y en alguien, como yo, tan tendente por naturaleza a lo discursivo y lo argumentativo, resulta muy saludable ese ejercicio. El “por consiguiente”, el “de aquí se deduce que”, están desechados de antemano: en esa inmediatez que alumbra por un instante la habitación estriba el juego, me parece. Al mismo tiempo, como sugiere el citado aforismo de Joubert, la secuencia va originando pautas, recurrencias, ecos, de modo que a veces la sombra de un aforismo termina por alcanzar a otros y modificar un poco su sentido. O sea, que aquella autonomía es relativa.
Algunos de los aforismos incluidos en Preámbulos debería haberlos cribado precisamente por esto: porque resultan demasiado largos y ese chispazo de luz queda en algo difuso, desdibujado; o porque para escribirlos me he subido a un púlpito; o porque son poco autónomos, digo en ellos algo demasiado personal, cuando de lo que se trata es de buscar el lugar común. Resabios de aquel cuaderno de notas que empezó siendo el libro.
7. ¿Cree que se está produciendo en España cierta burbuja aforística?
Si es así, bienvenida sea. No hace falta acercarse travieso con un alfiler, estallará por sí sola.
8. ¿Qué influencia cree que pueden haber ocasionado ciertos fenómenos sociales (como la publicidad o las redes sociales) en el actual boom del aforismo?
No creo que mucha. A lo que dan lugar es más bien al slogan, cuando no al exabrupto gratuito y sumarísimo. O sea, a regurgitaciones –con variantes, quizá– de la consigna que sirve ya cocinada la propaganda.
9. ¿Qué virtud y qué peligro puede tener el aforismo respecto a otros géneros literarios?
La virtud: guardar en odres nuevos el vino de una vieja verdad. El defecto: la sensación de que todo vale, de que la ocurrencia gratuita y poco meditada merece el mismo lugar que el pensamiento.
10. Para terminar, obséquieme con un aforismo inédito, nunca antes publicado en ningún otro sitio.
A veces una ausencia es lo más real de todo.