Dennis Alicea.- En su famosa Mínima Moralia, reflexiones desde la vida dañada, Theodor W. Adorno, tan modernista y sistemático en la mayor parte de su obra, reflexiona en fragmentos preñados de ideas sobre esos momentos de la vida recta y la vida falsa, desde la experiencia subjetiva del intelectual exiliado. La forma aforística, dice Adorno, renuncia a la contextualización teórica explícita, sin pretender ser concluyente y definitiva. Para él, el aforismo “marca lugares” que son formas que el concepto, hegelianamente concebido, desarrollará. Es el lado subjetivo y la dimensión alienada la que él explora en estos fragmentos cargados de razón y emoción. Esas apariencias de la vida cosificada y estigmatizada, en que lo humano parece atrofiarse por el interés, la avaricia y el individualismo enajenante, son captadas como estampas. La existencia mutilada del intelectual migrante, siempre dolorosa y desgarradora, aprendiendo los entresijos de la lengua, se objetiva en fragmentos invadidos por el pesimismo cauterizado de la posguerra. Son los angustiosos años del 1944 al 1947, inmediatamente posteriores al reconocimiento de la barbarie nazifacista, que mostró el lado sádico de la irracionalidad y la ausencia de límites en la insensatez humana.
El pensamiento dialéctico hegeliano, tejido por Adorno en su obra, rechazaba, paradójicamente, el aforismo por el primado que tenía la categoría de totalidad en el sistema racionalista de Hegel. Las expresiones aisladas del todo e inconexas de un tejido argumentativo, propiedades del fragmento aforístico, le parecían oscuras al hegelianismo, como si fueran fenómenos dispersos que exigen una obligada concatenación. Sin embargo, esa disolución de lo particular en lo general, en que lo concreto y fragmentario se convierte en un momento de tránsito, es precisamente el modo de hipostatizar el concepto que distinguió al idealismo hegeliano. (Af.46) La aniquilación de lo individual y particular, mediante su supeditación a la construcción del todo, condujo a Hegel a criticar la forma aforística como un “ser para sí de la subjetividad”, como un momento que sería diluido y superado en el concepto. Adorno, en oposición al hegelianismo y, a la vez, sirviéndose de éste, ve en el aforismo el modo – y cita a la Fenomenología, – de “penetrar en el contenido inmanente de la cosa.” La experiencia individual que el aforismo rescata es, asimismo, la forma de conquistar la verdad del espíritu de la que hablaba mistificadamente Hegel.
Para leer Mínima Moralia, sintomáticamente, es preciso rastrear la historia y la memoria de esa época turbulenta en que la utopía era aniquilada por la barbarie. Fueron los momentos de la filosofías acorraladas (Af. 41-44), la destrucción del arte y el pensamiento, la solidaridad socialista en descomposición (Af. 31), los horrores incomprensibles, salvajes, en los campos de concentración (Af.67), en fin, los momentos tristes de la vida dañada.
Los aforismos de Adorno son atípicos. Son fragmentos relativamente extensos comparados con el aforismo tradicional que es más sucinto y reticente; son, sin embargo, igualmente contundentes y paradójicos. Algunos parecen estar en el umbral del concepto más desarrollado. Cada fragmento parece contener múltiples aforismos enlazados por una idea que desestabiliza la apariencia y la decodifica. Mostrando su marxismo heterodoxo y hegelianismo desmitificado, Adorno echa mano de su ilustrada cultura filosófica y artística para deshacer ortodoxias y fetichismos culturales masificados. Su escritura densa muestra el trabajo del intelectual que le urge trascender las “cosas del espíritu”, más sublimes, para penetrar intelectualmente e intervenir en la “praxis material”, más terrenal, que, a su vez, es condición de posibilidad de las cosas del espíritu. (Af. 86-87)
La teoría crítica que sirve de base a todos estos fragmentos es, pues, la que reconoce que el mundo está poblado de grietas y desgarros; que el orden social que algunos llaman “natural” es humanamente natural y debe ser despojado de ese halo místico e imperecedero, es decir, de esa “segunda naturaleza” cosificada por el poder crudo e incivilizado; que, por lo tanto, otro mundo es posible y es imprescindible la disolución de “las aporías de la vida falsa” para iluminar la moralidad de la vida recta. La razón dialéctica que exhibe Adorno en el texto, se apropia del andamiaje teórico del marxismo hegeliano en su versión de El Capital (los conceptos de mercancía, valor de uso y valor de cambio, división del trabajo, cosificación, feticismo, etc.), matizado por la antropología humanista de los escritos juveniles del propio Marx: i.e. el lenguaje de la alienación, el trabajo enajenado, lo humano atrofiado y la dialéctica del señor y el esclavo. No son aforismos de la esperanza, sino de la angustia y la desesperación. Detectan la regresión de la conciencia histórica, invadida por el capitalismo de la posguerra. El pesimismo existencial en boga condiciona ineludiblemente la mirada crítica del autor y penetra no solo en la metafísica de la cotidianeidad, sino en toda la cultura intelectual y artística prevaleciente. Son momentos muy duros y desafiantes. Los modos civilizados de vida han sido destruídos y han sufrido la más inesperada involución en la historia moderna. La industria cultural lo devora todo y lo transmuta todo – el arte, la música, la literatura, los artistas, otros intelectuales – en mercancía. (Af. 37-83)
Mínima Moralia es el reconocimiento de que el arte, el pensamiento y la cultura están acorralados y condenados a existir fragmentariamente, a menos que la lucha crítica contra la vorágine del capitalismo tosco o dulcificado, contra el fascismo en sus diversas versiones camaleónicas y aún contra el socialismo, convertido en dictadura de estado, permita restaurar un orden social y moral más racional. “La imbecilidad es objetiva”, dice Adorno en uno de sus fragmentos, por lo que no sabemos si la utopía siempre estará acechada por el desencanto.
Mínima Moralia es una de esas obras que dejan huellas porque rompen con lo conocido y los modos trillados de mirar. Estos fragmentos se alejan de las fórmulas canonizadas de hacer filosofía. Es un pensamiento vivo, inconcluso, desafiante, donde la razón dialéctica no es otro juego de lenguaje, sino el único modo de apropiarse de la cosa misma en toda su complejidad, dejando que muestre sus propios silencios.
(Este texto forma parte de La lógica del aforismo, texto que fue leído como Discurso de Incorporación a la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española por parte del autor, el pasado 12 de diciembre de 2013. Se reproduce con expreso consentimiento del Dr. Alicea, a quien agradecemos la gentileza).
Aforistas españoles vivos
Como un suculento y nutricio menú degustación ha sido mi lectura de este Aforistas españoles vivos que Libros al Albur ha puesto al alcance de los lectores aficionados al género. Un espléndido menú de once platos sabiamente combinados en los que, en variadas dosis y tiempos de cocción, y picando de aquí de y de allá, se paladean todos los sabores conocidos, si bien, al menos para quien esto suscribe y acaso producto de los tiempos que corren, lo ácido y lo amargo se llevan la palma.
Los Cuadernos de Lichtenberg
De los aforismos de Lichtenberg, que tradicionalmente han conocido una excelente acogida en el mercado editorial español, existen tres ediciones distintas, publicadas por Edhasa, Cátedra y Fondo de Cultura Económica. Este volumen publicado por Hermida Editores, el primero de la obra completa que ahora se publica en traducción de Carlos Fortea y prólogo de Jaime Fernández, recoge los tres primeros cuadernos según la edición canónica publicada en alemán, con lo cual nos encontramos ante una novedad de importancia dentro del género en español.
Aforismos de Óscar Wilde
Los Aforismos de Oscar Wilde que recopila Gabril Insausti en esta edición recientemente editada por Renacimiento, dentro de la magnífica colección A la mínima dirigida por Manuel Neila, suponen una magnífica demostración del inmenso talento del autor para el género más brave. Se trata, en su mayoría, de frases entresacadas de sus propias obras, que avalan la capacidad sintética, incluso sentenciosa, del irlandés.
Ilusión y verdad del arte, de Nietzsche
Ilusión y verdad del arte es una antología de pensamientos de Friedrich Nietzsche en torno al tema de la ilusión y la autenticidad en el arte. Escogidos, traducidos y prologados por Miguel Catalán, dan una visión panorámica de las ideas del filósofo alemán sobre la función y el sentido del arte en la vida humana. Aunque el orden de los textos es temático y no temporal, por estas páginas van pasando ante los ojos del lector las distintas fases del pensamiento de Nietzsche hasta los casi desconocidos fragmentos póstumos.
Reflexiones del señor X., de Enzensberger
Reflexiones del señor Z. no es un libro de aforismos, en el sentido clásico del término: sus 259 textos, más o menos breves todos ellos, encajan mal con la aspiración más o menos moral, más o menos sapiencial, del lapidario género más breve. Aquí, unos llevan a otros, como cuentas distintas de un mismo collar. Reflexiones del señor Z. tampoco es un libro de microrrelatos, entendidos como lentejuelas narrativas que brillan un momento, cuando incide sobre ellas la luz de la lectura, y luego se apaga. En este caso, la luz rebota y va dando saltos, sin encontrar un posadero al final.
La ventana invertida, de Miguel Catalán
La ventana invertida, del filósofo y mago Miguel Catalán, no es su primer libro. Ni es el primer libro suyo que leo. A Catalán, como a mí, le gusta lo breve. Seguramente, al igual que yo, lo ha leído todo. Sin duda es un lector exhaustivo, pero se queda con lo nuclear, lo contundente, lo esencial. Y todo ello le inspira lo propio. Esta “ventada invertida” lo presupone. Se nota que tiene un gran dominio de la concisión, al menos para expresar sus pensamientos por escrito. Y yo se lo agradezco profundamente. Esta ventana suya nos ofrece las reflexiones que se hace a sí mismo sobre su entorno más interno y externo.