François-Marie Arouet (1694-1778), más conocido como Voltaire, fue un escritor, historiador, filósofo y abogado francés que figura como uno de los principales representantes de la Ilustración, un período que enfatizó el poder de la razón humana, de la ciencia y del respeto hacia la humanidad. Voltaire ha pasado a la Historia por acuñar el concepto de tolerancia religiosa. Fue un incansable luchador contra la intolerancia y la superstición y siempre defendió la convivencia pacífica entre personas de distintas creencias y religiones. Sus escritos siempre se caracterizaron por la llaneza del lenguaje, huyendo de cualquier tipo de grandilocuencia. Maestro de la ironía, la utilizó siempre para defenderse de sus enemigos, de los que en ocasiones hacía burla demostrando en todo momento un finísimo sentido del humor. El Aforista publica una sucinta muestra de sus máximas, decantadas por la tradición literaria a partir de su vasta obra de ficción y no ficción.
Es peligroso tener razón cuando el Gobierno está equivocado.
La civilización no suprime la barbarie; la perfecciona.
La democracia sólo parece adecuada para un país muy pequeño.
Dios es un comediante que actúa para una audiencia demasiado asustada para reír.
A los vivos se les debe respeto; a los muertos, nada más que la verdad.
Azar es una palabra vacía de sentido; nada puede existir sin causa.
Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una.
Cambiad de placeres, pero no cambiéis de amigos.
Debe de ser muy grande el placer que proporciona el gobernar, puesto que son tantos los que aspiran a hacerlo.
Decimos una necedad, y a fuerza de repetirla, acabamos creyéndola.
El fanatismo es a la superstición lo que el delirio es a la fiebre, lo que la rabia es a la cólera. El que tiene éxtasis, visiones, el que toma los sueños por realidades y sus imaginaciones por profecías es un fanático novicio de grandes esperanzas; podrá pronto llegar a matar por el amor de Dios.
El hombre se precipita en el error con más rapidez que los ríos corren hacia el mar.
El primero que comparó a la mujer con una flor, fue un poeta; el segundo, un imbécil.
El secreto de aburrir a la gente consiste en decirlo todo.
El trabajo aleja de nosotros tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesidad.
En el desprecio de la ambición se encuentra uno de los principios esenciales de la felicidad sobre la tierra.
Hay alguien tan inteligente que aprende de la experiencia de los demás.
Hay que saber que no existe país sobre la tierra donde el amor no haya convertido a los amantes en poetas.
He decidido hacer lo que me gusta porque es bueno para la salud.
La estupidez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás.
La duda no es una condición placentera pero la certeza es absurda.
La ignorancia afirma o niega rotundamente; la ciencia duda.
La más temible de las enfermedades del alma, es el furor de dominar.
La naturaleza vuelve a los hombres elocuentes en las grandes pasiones y en los grandes intereses.
La superstición es a la religión lo que la astrología es a la astronomía, la hija loca de una madre cuerda.
No hay problema que resista el ejercicio continuo del pensamiento.
No quisiera ser feliz a condición de ser imbécil.
Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo.
Si Dios no existiera, sería necesario inventarlo.
Suerte es lo que sucede cuando la preparación y la oportunidad se encuentran y fusionan.
Todo les va bien a las personas de carácter dulce y alegre.
Amiel, el orgullo del desánimo
Compuesto por más de diecisiete mil páginas en doce volúmenes, el Diario íntimo de Amiel, escrito entre 1839 y 1881, fue publicado sólo póstumamente en un epítome de quinientas páginas y dos volúmenes por su amigo Edmond Schérer (1884). El autor había empezado a escribirlo atormentado "por la eterna desproporción entre la vida soñada y la vida real" y armado de un bisturí crítico despiadado, que ejerció con la obsesión de conocerse a sí mismo hasta el masoquismo. El Aforista publica una brevísima muestra del riquísimo cuaderno íntimo de Amiel.
Lichtenberg: esquivar los golpes
Los cuadernos de Lichtenberg no estaban destinados a la publicación, incluso no la conocieron hasta la muerte del autor. Ello les da un aire informal y desenfadado muy del gusto de nuestros tiempos, rápidos e intuitivos. Se trata de una miscelánea de reflexiones agudas, perspicaces, serenas y al mismo tiempo divertidas, cargadas de simpatía y vivacidad, acerca de variadísimas temáticas: el cuerpo, el amor, la sexualidad, los sueños, la soledad, el lenguaje, la religión, la muerte, el mundo de los libros, la ciencia, la filosofía o la situación política del momento.
Contra el racionalismo de su época Blaise Pascal repudia cualquier principio metódico y, mucho más aún, denuncia la insuficiencia de la razón como criterio. Si los matemáticos pretenden racionalizar el mundo, él reivindica un «orden de la caridad, no de la inteligencia» cuyo núcleo «consiste principalmente en la digresión». El estilo de escritura de Pascal abrió nuevos caminos expresivos para los literatos franceses, preludiando la edad de oro del género breve de la mano de La Rochefoucauld, Chamfort y Joubert.
Joseph Joubert: un espíritu ligero
De todos los moralistas clásicos franceses, puede que Joseph Joubert sea uno de los más ricos, profundos y matizados. Sin perder un ápice de la implacable lucidez que caracteriza a La Rochefoucauld, le supera con creces por su empatía humana, su tierna comprensión de las debilidades comunes. Irónico como Chamfort, se resiste en cambio a expresarse de forma ácida, decantándose más bien por una expresividad tenue, elusiva y vaporosa.
Chamfort: el valor de no aprender
La obra de Chamfort más célebre fue publicada en 1795 por su amigo Pierre Louis Guinguené, a partir de las notas manuscritas que el autor había dejado agrupadas en dos secciones, Maximes et Pensées y Caractères et Anecdotes, las cuales tenía pensadas publicar en un volumen titulado Produits de la civilisation perfectionnée (Productos de la civilización perfeccionada). El Aforista publica una brevísima selección de las máximas y pensamientos de Chamfort, como invitación a profundizar en el conocimiento de uno de los moralistas más agudos y profundos en su género
Vauvenargues: la virtud de la indulgencia
Luc de Clapiers, marqués de Vauvenargues, nació en 1715 en Aix-en-Provence y murió en París, en 1747. Tras un tiempo de servicio en el ejército francés, se dedicó en exclusiva al pensamiento y la escritura, siendo su obra más destacada el tratado titulado Introducción al conocimiento del espíritu humano, seguida de Reflexiones y máximas (1746). De sus sentencias se realizaron varias ediciones, con distinto contenido, de manera que en la actualidad se dan a conocer agrupadas en tres secciones: publicadas, póstumas y suprimidas, esto es, que no aparecen en todas las ediciones. En total, suman 945, oscilando entre la máxima clásica, breve y concisa, y la reflexión más o menos extensa y sintácticamente trabada.
La lúcida amargura de La Rochefoucauld
No existe apenas espacio en las máximas de La Rochefoucauld para la bondad, la honradez o la generosidad; sin duda influido por sus propios fantasmas personales (fue un conspirador nato y un simulador genial), no admite en su estrechísimo mundo moral otro móvil que el de la codicia, el afán de imponerse y el deseo de medrar. Su lectura complace a los pesimistas y amargados en general, pero suele fatigar y aburrir a quienes buscan en el ser humano la polifonía de emociones que, sin duda, lo constituyen. El Aforista selecciona un breve ramillete de las máximas de La Rochefoucauld donde el escritor deja bien claras las directrices de su pensamiento, las cuales se repiten de forma insistente a lo largo de su obra aforística; si estas que presentamos no resultan del agrado del lector, tampoco lo serán todas las demás.
Aforistas españoles vivos
Como un suculento y nutricio menú degustación ha sido mi lectura de este Aforistas españoles vivos que Libros al Albur ha puesto al alcance de los lectores aficionados al género. Un espléndido menú de once platos sabiamente combinados en los que, en variadas dosis y tiempos de cocción, y picando de aquí de y de allá, se paladean todos los sabores conocidos, si bien, al menos para quien esto suscribe y acaso producto de los tiempos que corren, lo ácido y lo amargo se llevan la palma.
Los Cuadernos de Lichtenberg
De los aforismos de Lichtenberg, que tradicionalmente han conocido una excelente acogida en el mercado editorial español, existen tres ediciones distintas, publicadas por Edhasa, Cátedra y Fondo de Cultura Económica. Este volumen publicado por Hermida Editores, el primero de la obra completa que ahora se publica en traducción de Carlos Fortea y prólogo de Jaime Fernández, recoge los tres primeros cuadernos según la edición canónica publicada en alemán, con lo cual nos encontramos ante una novedad de importancia dentro del género en español.
Aforismos de Óscar Wilde
Los Aforismos de Oscar Wilde que recopila Gabril Insausti en esta edición recientemente editada por Renacimiento, dentro de la magnífica colección A la mínima dirigida por Manuel Neila, suponen una magnífica demostración del inmenso talento del autor para el género más brave. Se trata, en su mayoría, de frases entresacadas de sus propias obras, que avalan la capacidad sintética, incluso sentenciosa, del irlandés.
Ilusión y verdad del arte, de Nietzsche
Ilusión y verdad del arte es una antología de pensamientos de Friedrich Nietzsche en torno al tema de la ilusión y la autenticidad en el arte. Escogidos, traducidos y prologados por Miguel Catalán, dan una visión panorámica de las ideas del filósofo alemán sobre la función y el sentido del arte en la vida humana. Aunque el orden de los textos es temático y no temporal, por estas páginas van pasando ante los ojos del lector las distintas fases del pensamiento de Nietzsche hasta los casi desconocidos fragmentos póstumos.
Reflexiones del señor X., de Enzensberger
Reflexiones del señor Z. no es un libro de aforismos, en el sentido clásico del término: sus 259 textos, más o menos breves todos ellos, encajan mal con la aspiración más o menos moral, más o menos sapiencial, del lapidario género más breve. Aquí, unos llevan a otros, como cuentas distintas de un mismo collar. Reflexiones del señor Z. tampoco es un libro de microrrelatos, entendidos como lentejuelas narrativas que brillan un momento, cuando incide sobre ellas la luz de la lectura, y luego se apaga. En este caso, la luz rebota y va dando saltos, sin encontrar un posadero al final.
La ventana invertida, de Miguel Catalán
La ventana invertida, del filósofo y mago Miguel Catalán, no es su primer libro. Ni es el primer libro suyo que leo. A Catalán, como a mí, le gusta lo breve. Seguramente, al igual que yo, lo ha leído todo. Sin duda es un lector exhaustivo, pero se queda con lo nuclear, lo contundente, lo esencial. Y todo ello le inspira lo propio. Esta “ventada invertida” lo presupone. Se nota que tiene un gran dominio de la concisión, al menos para expresar sus pensamientos por escrito. Y yo se lo agradezco profundamente. Esta ventana suya nos ofrece las reflexiones que se hace a sí mismo sobre su entorno más interno y externo.