José Luis Trullo.- En los últimos tiempos el pensamiento reaccionario español está empezando a salir de sus palacios de invierno, a los que se había retirado ante los empujones del progresismo rampante y totalizador. Los Preámbulos de Gabriel Insausti (Renacimiento, Sevilla, 2015) fueron un primer toque de alerta, y ahora sigue la estela otro autor vasco, Ander Mayora, cuyo El páramo (Trea, Oviedo, 2018) se inscribe en un despertar del tradicionalismo en nuestro país que no podemos por menos que celebrar.
Sí, y digo bien: hay que celebrar que empiecen a proliferar autores que abominen del culto pueril a la novedad y la iconoclastia para reclamar el valor de la tradición, la cual -lo queramos admitir o no- es la que nos ha constituido en lo que somos, incluso si somos o creemos ser la vanguardia de la modernidad. Escribió Manuel Neila, en sus Pensamientos de intemperie (Renacimiento, Sevilla, 2012): "Negar las ideas recibidas está al alcance de cualquiera, lo difícil es restituir a esas ideas su parte de verdad". Bien, pues la reacción tradicionalista a la que me refiero -y que reivindico- consiste precisamente en eso: en abjurar de la demolición sistemática y homicida del legado recibido, propiciada por toda suerte de -ismos aberrantes cuya cosecha se ha reducido a instaurar el reino de lo banal, lo anecdótico y lo inocuo, para devolver a la luz aquellos principios que han guiado nuestro devenir sobre la tierra desde tiempo inmemorial. El hombre del siglo XXI tiene ante sí y detrás de sí un abismo, el del vacío que ha creado por su propia pulsión destructora; ha llegado el momento de volver la vista atrás y desandar lo andado para retomar la senda torpemente abandonada, aquella que nos reconcilie con nuestros antepasados para implementar un nuevo proyecto de futuro colectivo alejado de falsas promesas y memorias distorsionadas.
Este respeto hacia el pasado está muy presente en El páramo: "Ser fiel a uno mismo es ser fiel a lo que se hereda" (pag. 62), proclama valientemente Mayora, lo cual le lleva a enfrentarse con intrépido valor a esa Modernidad "apagavelas" que nos ha arrojado a todos a un "páramo" desolado aunque, eso sí, inundado de una fría luz de fluorescente. La vocación desmitificadora de la Ilustración ha acabado en la erección del individuo-masa ensimismado, autofundante, como única referencia de valor cierto, abjurando de aquellos condicionantes históricos, sociales o religiosos que pudieran limitar su narcisista periplo por un mundo plano e irrelevante.
Precisamente Dios (su ausencia, su añoranza) es una referencia constante en este extenso libro de anotaciones que, tras su aspecto formalmente fragmentario, a duras penas puede ocultar una clásica ambición totalizante. Subyace a los aforismos de El páramo una cosmovisión antigua, incluso anticuada, que a las víctimas de la Modernidad tiene que resultarnos necesariamente simpática, cuando no estimulante. Cierto es que a Mayora, si nos atenemos a sus propias palabras, no parece bastarle para mantenerse a flote en el arduo día a día de las perplejidades cotidianas; ahora bien, a despecho de esa evidente desorientación subjetiva que el autor no tiene ambages en confesar (hasta el punto de rebajar sus apuntes al rango de "garabatos"), sigue resultando perceptible la trama profunda de un pensamiento que tiene todo los números para resultar consolador, por cuanto verdadero y profundo. Aunque Mayora diga que lo que él hace es "aullar, aun a riesgo de pasar por loco" (pág. 30), hay que advertir que se trata de aullidos deliciosamente genuinos, plenamente honestos y, hasta donde un hombre del siglo XXI pueda llegar a serlo, insolentemente anticuados.
Renunciando a la actualidad, ganamos el presente.
La vitalidad que busco no es la de quien se rebela, sino la de quien acepta.
El peso del pasado no es el de sus muros y sus bóvedas, sino el de sus viejas columnas, que resisten con firmeza los embates del tiempo.
Pedir a la razón que corrija la realidad es como pedirle a la rama que corrija el tronco.
La verdad es el orden dañado por el desorden de los discursos y las opiniones.
Dios es el pedestal de la realidad, y su ausencia ha dejado huérfanos a los acontecimientos.
Todo deseo es una nostalgia.
Aforistas españoles vivos
Como un suculento y nutricio menú degustación define Elías Moro su lectura de este Aforistas españoles vivos que Libros al Albur ha puesto al alcance de los lectores aficionados al género. Un espléndido menú de once platos sabiamente combinados en los que, en variadas dosis y tiempos de cocción, y picando de aquí de y de allá, se paladean todos los sabores conocidos, "si bien, al menos para quien esto suscribe y acaso producto de los tiempos que corren, lo ácido y lo amargo se llevan la palma".
El mayúsculo Pascal de Torné
En unos tiempos tan estúpidos como los que nos ha tocado padecer, el Pascal de Torné (así es como habría que referirse en adelante a este extraordinario libro que ya siempre me acompañará en lo que me queda de vida) supone una inyección intelectual y espiritual mayúscula. No hay línea sin sopesar, párrafo sin provecho, página que esté de más; al contrario, es un libro que te crece entre las manos a medida que lo lees, entre el estupor y la maravilla.
Pere Saborit: disolver lo consabido
Cuando el humor se utiliza de esta forma lúcida, fina, sin acidez, se convierte en uno de los medios más eficaces para disolver lo consabido, el sinsentido del mundo que hemos construido, tan lleno de convencionalismos que lo acartonan, enjuagando la suciedad sobrepuesta, extrayendo los sentidos implícitos. Al igual que el restaurador, al limpiar el polvo acumulado en un retablo gótico por siglos de abandono, devuelve parte de su brillo original, Saborit quiere devolverle al lenguaje esa función higiénica que al menos palíe en parte el sinsentido del mundo que hemos construido.
Juan Manuel Uría: lo oculto bajo tierra
Dos por la mañana es el primer libro de aforismos del poeta vasco Juan Manuel Uría, y en él comparte autoría con el artista gráfico Pablo Gallo, quien 'comenta' los textos con sus primorosos dibujos, plenos de ingenio y buen gusto. Estos aforismos nos muestran a un autor maduro e irónico que rehúye el estilo sentencioso para desgranar verdades cotidianas, basadas en el sentido común y el desprecio por la impostura y la retórica gratuita. Según Uría, "el aforismo debe ser nómada, ligero pero de huella indeleble, y algo canalla", y sin duda tienen los suyos mucho de grácil e incluso lúdico.
Cometario, de Jesús Cotta
Los conceptos que utiliza Cotta no son, para nada, innovadores ni originales, y la verdad es que tampoco lo necesitamos pues, como reza su aforismo, remedando a Gide: "Todo está dicho, pero se nos ha olvidado". Así pues, Cometario está trufado de benditas obviedades, perogrulladas sanas y verdades como puños que, en estos tiempos de inflacionaria (y superflua) creatividad desnortada, nos recuerdan que lo importante sigue siendo lo que importaba a los que nos precedieron, e inquietará a los que nos sigan. Pues: "Si no existe una naturaleza humana universal, ¿por qué a los hombres nos ha dado siempre por lo mismo?".
El monstruo ama su laberinto, de Charles Simic
La mayoría de las veces, un libro es un solo libro. En contadas ocasiones, un libro es el afortunado abismo al que se asoma el lector para contemplar su verdadero rostro. Simic, en El monstruo ama su laberinto, conforma un muestrario de pinzas, espéculos, agujas, jeringas y bisturís que llagan las manos ensangrentadas de los que se atreven a pasar página. Simic, cirujano y paciente, obtiene de esa autoexploración especular, unas reflexiones que abren la puerta a la sátira: “Los sirvientes de los ricos y poderosos están convencidos de que nosotros les envidiamos su servidumbre”. Pero Simic no se conforma con regodearse señalando los vicios que llevaron a la podredumbre del presente. “El ojo atento empieza a oír”, escribe con áspera lucidez.
Mapa de ninguna parte, de León Molina
Molina es un aforista portentoso, muy dotado, que rehuye con disciplina el chiste y la vana ocurrencia, para acometer sus composiciones con una precisión exquisita, donde nada sobra ni se echa en falta. Son sus textos sumamente breves, sintéticos, aquilatados, aunque para nada simples: rezuman esa dulce ambigüedad que caractiza a los grandes cultivadores del género. Casi nunca pontifica, y cuando lo hace es con la sabia benevolencia del amigo que va a respetar lo que, en cualquier caso, queramos hacer con nuestra vida. "Seducir es inducir sin aducir".
Convivir con lo inestable, de Eliana Dukelsky
La lengua o el espejo, el primer título de la autora, no es un libro de aforismos al uso. Ello lo percibe enseguida el lector cuando, a diferencia de otros títulos, no puede soltar el libro tras la amena lectura de una docena de páginas, por miedo a saturarse. Por el contrario, la impresión (completamente subjetiva, como cualquier impresión) es la de haber emprendido un viaje junto a la autora, y estar recorriéndolo, de nuevo, junto a ella, en una suerte de travesía submarina de la cual, de un modo u otro, intuye que va a emerger renovado, purificado en cierto sentido.
De los aforismos de Lichtenberg, que tradicionalmente han conocido una excelente acogida en el mercado editorial español, existen tres ediciones distintas, publicadas por Edhasa, Cátedra y Fondo de Cultura Económica. Este volumen publicado por Hermida Editores, el primero de la obra completa que ahora se publica en traducción de Carlos Fortea y prólogo de Jaime Fernández, recoge los tres primeros cuadernos según la edición canónica publicada en alemán, con lo cual nos encontramos ante una novedad de importancia dentro del género en español.
Los seminales aforismos de José Bergamín
El aforismo ocupa en la creación bergaminiana un papel no menor que reconoce él mismo cuando asume que "mis textos extensos, en cierta medida, son aforismos perifrásticos. Y mis aforismos, una autobiografía sincopada". El carácter vehemente de Bergamín le induce, con frecuencia, a descargar conceptos como trallazos, no por intuitivos menos profundos. En una carta a un amigo, le confiesa esta naturaleza convulsa de su expresión aforística: "mis aforismos se amontonan, sin darme cuenta, y me estorban para trabajar. Tengo que echarlos fuera pronto".
Ilusión y verdad del arte, de Nietzsche
Ilusión y verdad del arte es una antología de pensamientos de Friedrich Nietzsche en torno al tema de la ilusión y la autenticidad en el arte. Escogidos, traducidos y prologados por Miguel Catalán, dan una visión panorámica de las ideas del filósofo alemán sobre la función y el sentido del arte en la vida humana. Aunque el orden de los textos es temático y no temporal, por estas páginas van pasando ante los ojos del lector las distintas fases del pensamiento de Nietzsche hasta los casi desconocidos fragmentos póstumos.
Los entrañables motivos de Morante
En Motivos personales se establece "un diálogo raro entre un escepticismo de largo alcance y una ingenuidad entusiasta" que nos resulta familiar a quienes hemos superado la edad de creernos todo lo que nos cuenten. Esta veta pura que subsiste bajo la gruesa capa de los desengaños es la que le permite escribir, de forma espléndida: "No desmayes; en cada esquina roza la brisa del asombro" (que nunca sabremos si se lo decía porque lo creía o para no descreer de todo ya del todo), o: "De madrugada, un vitalismo insomne me pregunta qué hacer para empezar de nuevo". Probablemente Morante no se engañe y sepa que no es posible ese absoluto recomienzo: "Sé que lo creo no es cierto. Pero es tarde para buscar otras creencias"; pero sí que queda tiempo para ensayar pequeños reinicios, coincidiendo con la escritura de nuevas obras o, por qué no, con el reencuentro con las pequeña alegrías de la vida en contacto con la naturaleza.
Reflexiones del señor Z. no es un libro de aforismos, en el sentido clásico del término: sus 259 textos, más o menos breves todos ellos, encajan mal con la aspiración más o menos moral, más o menos sapiencial, del lapidario género más breve. Aquí, unos llevan a otros, como cuentas distintas de un mismo collar. Reflexiones del señor Z. tampoco es un libro de microrrelatos, entendidos como lentejuelas narrativas que brillan un momento, cuando incide sobre ellas la luz de la lectura, y luego se apaga. En este caso, la luz rebota y va dando saltos, sin encontrar un posadero al final.
El caracol dorado, de Dionisia García
El caracol dorado es una colección de aforismos que dibuja una sensibilidad moral; buena parte de los textos incide en la reflexión sobre las enseñanzas de lo cotidiano. Si es cierto que “abarcar el cromatismo de la vida es imposible”, el sujeto en tránsito mantiene un estado de búsqueda, ahonda en los matices, persiste en la tarea de observar las mutaciones y los pequeños gestos del entorno. De este modo de pensar y sentir surge el impulso de una escritura indagatoria que hace balance y postula enunciados aplicables a la experiencia. El libro prosigue el recorrido abierto en 1984 por Ideario de otoño, que halló continuidad, una década después, con Las voces detenidas.
La ventana invertida, del filósofo y mago Miguel Catalán, no es su primer libro. Ni es el primer libro suyo que leo. A Catalán, como a mí, le gusta lo breve. Seguramente, al igual que yo, lo ha leído todo. Sin duda es un lector exhaustivo, pero se queda con lo nuclear, lo contundente, lo esencial. Y todo ello le inspira lo propio. Esta “ventada invertida” lo presupone. Se nota que tiene un gran dominio de la concisión, al menos para expresar sus pensamientos por escrito. Y yo se lo agradezco profundamente. Esta ventana suya nos ofrece las reflexiones que se hace a sí mismo sobre su entorno más interno y externo.
La cruel certeza de Pérez Antolín
El aforismo goza de plena salud. Como género literario, ofrece una fórmula reflexiva, provocadora, asertiva que, pese a los interrogantes que es susceptible de abrir, da seguridad, pues proporciona una racionalidad que persigue poner en orden el mundo. Y el nuevo libro de Mario Pérez Antolín, La más cruel de las certezas, es un buen ejemplo de la actualidad del aforismo y de su eficacia como medio de expresar una racionalidad frente al desorden.
La duda sin complejos de Felipe Valle
Sobre un dolor mil veces reflexionado germinan los poemas, ensayos y narrativas de Felipe Valle Zubicaray. Pudiera parecer que su relación con los aforismos le revela como un chulo de certezas, pero lo cierto es que duda sin complejos. Borges diría de él que es inteligente porque duda. Quien suscribe añadiría que duda porque muere en cada palabra escrita. De sutil descaro se convierte en provocador de guillotina, donde primero se escribe lo que se siente y luego tal vez se lee lo que se piensa. Lo que son las cosas provoca en quien lo rastrea a golpe de clic ganas de más batalla. En este exótico diccionario, Felipe nos deja una vez más solos y a la intemperie para invitarnos a liderar el pensamiento propio estimulando el debate crítico y regenerador.
La cruel certeza de Pérez Antolín
El aforismo goza de plena salud. Como género literario, ofrece una fórmula reflexiva, provocadora, asertiva que, pese a los interrogantes que es susceptible de abrir, da seguridad, pues proporciona una racionalidad que persigue poner en orden el mundo. Y el nuevo libro de Mario Pérez Antolín, La más cruel de las certezas, es un buen ejemplo de la actualidad del aforismo y de su eficacia como medio de expresar una racionalidad frente al desorden.
La duda sin complejos de Felipe Valle
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