
De hecho, que la escritura aforística posee una resonancia ética salta enseguida a la vista. La propia tradición que la sustenta bebe directamente en las fuentes de los siempre precarios valores humanos: los primeros "aforistas" fueron los anónimos autores de proverbios y refranes, esas frases lapidarias que tratan de orientar la acción individual en un contexto comunitario. Ya en la fase estrictamente literaria del género, los moralistas franceses más preclaros (desde La Rochefoucauld hasta Joubert, pasando por La Bruyère, Chamfort o Joubert) tenían como horizonte de máxima atención la conducta personal en permanente diálogo, cuando no conflicto, con las circunstancias de cada cual.
Ahora bien, el hecho de que, a partir del romanticismo -y tal como ha señalado, entre otros estudiosos, Manuel Neila en su libro La levedad y la gracia- el aforismo se haya deslizado paulatinamente hacia tierras desconocidas, optando antes por la exploración estética y la indagación filosófica que por la crítica de las costumbres, no obsta para que la praxis aforística haya conservado, en todo momento, un anclaje ético indudable. Trataré de explicarme.
Como han señalado de manera repetida los críticos de la Modernidad, uno de los atributos preeminentes de esta fase histórica que se extiende prácticamente hasta nuestros días, sería la imposición de grandes relatos comprehensivos (el progreso, la cultura, las luces, la civilización), herederos de los paradigmas teológicos que vendría a desplazar. Esta voluntad de amparar la infinita multiplicidad de lo real bajo la horma asfixiante de una instancia única, aparte de sus patentes ambiciones epistemológicas y también sociales, destila una indudable resonancia ética, consistente en valores de dominio y de poder que resulta difícil soslayar. De hecho, se considera -y no sin importantes razones- que los grandes progromos del siglo XX, perpetrados por fascismos y comunismos de todo pelaje, habrían supuesto la materialización lógica de este proyecto subyacente de la Modernidad: el de subsumir las diferencias en un modelo exclusivo y excluyente de gestión tanto política como moral. Esta sería, al menos, la convincente tesis de Adorno y Horkheimer en su obra clásica, Dialéctica de la Ilustración, que aspira a refutar -otra cosa es que lo consiga, o que los medios que utilice sean los más adecuados- la hegeliana tiranía de la razón ilustrada, calculadora y homogeneizadora, la cual habría generado las peores pesadillas que el ser humano pueda llegar a soñar.
Así las cosas, y prosiguiendo por esta senda argumental algo esquemática pero de lindes precisas, lo específicamente contemporáneo sería el decir fragmentario. El hecho de apostar un autor por las frases aisladas, humildes, ambiguas y de una calculada ironía, lejos de reducirse a un mero rasgo literario u opción estilítica sin mayores implicaciones, obedecería a una verdadera apuesta ética; y utilizo la palabra "ética" en lo que tiene de vivencia integral, atenta por igual a lo personal y a lo social, a lo epistemológico y a lo ontológico, al pensamiento y a la acción.
El aforista no se expresa de manera breve sólo por capricho o por delicadeza: es que de este modo plasma en obra un modo de estar en el mundo caracterizado por las dudas, las vacilaciones, las incertidumbres y las perplejidades frente a las cegadoras "luces" que todo dicen alumbrar pero que dejan los campos sembrados de cadáveres. No se es aforista sólo para tratar de imponer una forma de pensar más "correcta", frente a las erradas de antaño: nada más alejado de un aforismo que una consigna ideológica o un eslogan que se pueda pintarrajear sobre una pancarta. No: se es aforista como aventura ética, como elección soberana de un individuo que se sabe (y al fin, se quiere) limitado y soberano, como mucho, de sus propias reservas. Por ello, y con toda la humildad, me permito proponer al aforista -junto, tal vez, al poeta y al micronarrador- como el escritor contemporáneo por antonomasia, y de hecho, como el ciudadano ideal para este siglo XXI a cuyos primeros pasos estamos asistiendo. Nunca un aforista impondrá una dictadura opresiva, ni lanzará a unos ciudadanos contra otros, ni se erigirá en poseedor de una verdad absoluta, ni que sea efímera o caduca. Me atrevo incluso a ir un paso más allá que el que dio Platón al imaginar su república ideal: en la mía, el papel de soberano estaría vacante, porque todos los seres humanos vivirían impregnados de una ética aforística, autolimitada y contenida, de manera que se conducirían por sí mismos evitando la inútil confrontación y la contienda sangrienta. ¿Es mucho imaginar? Tal vez sí... pero por insinuarlo, que no quede.
Enciclopedia de libros españoles de aforismos
Inauguramos nueva sección, en la que vamos a empezar a recopilar los mejores aforismos de los libros escritos por autores nacidos o residentes en España, y publicados en nuestro país a partir del año 2010 en adelante. Lo hacemos para reunir en un único espacio virtual la más ingente cantidad de información posible sobre este tema, a modo de "enciclopedia" para su consulta por parte de cualquier interesado o estudioso en el futuro. Las primera obras que incorporamos son los libros de Carlos Marzal, Ana Pérez Cañamares, Manuel Neila, Victoria León, José Luis Morante, Ander Mayora, Jordi Doce, Dionisia García, Fernando Menéndez, Erika Martínez, Felix Trull, José Antonio Santano, Emilio López Medina, Carmen Canet, José Ángel Cilleruelo, Pedro Roso, Antonio Rivero Taravillo, Miguel Ángel Arcas, Gabriel Insausti y Mario Pérez Antolín, entre otros.
Los aforistas que se ocupan de Dios
Una somera lectura de los libros publicados en España en los últimos años, y ciñéndonos exclusivamente al siglo XXI, nos permite afirmar, de manera taxativa, que los aforistas españoles vivos, contra la impresión apresurada, sí se ocupan de Dios. A propósito de la publicación de la antología Las cosas que no son. Los aforistas y Dios por parte de Libros al Albur, reunimos un puñado de aforismos sobre Dios escritos por Juan Kruz, José Luis García Martín, Gregorio Luri o Jesús Cotta, entre muchos otros.
De poetas a aforistas
Iniciamos en El Aforista una ronda de entrevistas con poetas que, en un momento dado, empezaron a cultivar el género más breve, hasta incorporarlo a su quehacer cotidiano. Contribuyen Ana Pérez Cañamares, León Molina, José Luis Morante, Raquel Vázquez y Antonio Rivero Taravillo, entre otros.
Cioran: la pausa del espíritu

Pessoa: aprender a no ser nadie
La obra y la personalidad de Fernando Pessoa han sido sobradamente estudiadas, analizadas e incluso desmenuzadas desde que, en 1982, se diera a conocer uno de los títulos mayúsculos del siglo XX, su proteico y deforme Libro del desasosiego. La pluralidad y heterogeneidad del autor eran, no sólo conocidas, sino fomentadas por él mismo, así que sería ocioso abundar de nuevo en ello. Aun así, tal vez se haya incidido excesivamente en su gusto por los heterónimos desde la perspectiva de la multiplicación de la identidad personal, orillando el hecho de que, detrás de ella, late un proyecto de destrucción de la misma, una verdadera tarea de conquista del anonimato esencial del ser humano.
Gil-Albert: el placer de discurrir
Un arte de vivir es un volumen misceláneo, compuesto por anotaciones dispersas entre las cuales los aforismos tienen un papel destacado, donde Juan Gil-Albert (Alcoi, 1904-Valencia, 1994) "escribe, como si se tratara de un dietario personal", en palabras de Claudia Simón, aquellas reflexiones en bruto que luego darían pie, o no, a algunos de sus poemas, ensayos o artículos de prensa. Ese carácter primario, un tanto visceral, nos permite acceder a la intimidad del escritor desde una perspectiva nueva, la cual ya habíamos avizorado en su Breviarium vitae. Son sus disquisiciones, aun inspiradas en la España de su época, de total actualidad, plenamente vigentes, lo cual nos informa, para nuestro espanto, de lo poco que cambian algunas naciones por mucho que muden sus estructuras políticas, y para nuestro consuelo, de lo mucho que perviven los buenos textos cuando apuntan a lo esencial.
Hiram Barrios: "El aforismo es una suerte de épica posmoderna"

Los sofismas de Vicente Núñez
Vicente Núñez (Aguilar de la Frontera, Córdoba, 1926 - 2002) empezó a publicar sus peculiares 'sofismas' en octubre de 1987, y siguió haciéndolo prácticamente hasta su muerte en las páginas de los periódicos Córdoba y El Correo de Andalucía. Según indica Miguel Casado, "se trata de tiradas breves, que recogen en cada caso ocho o diez frases, sin una especial ordenación ni alguna clase de afinidad temática". Estos sofismas se recogieron en volumen en varias ocasiones: Sofisma (1994), Entimema (1997) o Sorites (2000). El propio Casado publicó la antología Nuevos sofismas (Germania, Alzira, 2001), en la cual agrupaba los aforismos por temas, a modo de diccionario extravagante; con ello muchas de las anotaciones se iluminaban entre sí, logrando una apariencia sistemática que tal vez no había buscado conscientemente el autor (lo cual no significa que no existiera). En El Aforista compartimos algunos de los aforismos de este libro que más nos han llamado la atención.
Karl Kraus: el artista es el Otro

María Zambrano: la entraña del cielo
En el libro titulado Dictados y sentencias (Edhasa, Barcelona, 1999), Antoni Marí realizó una selección de frases entresacadas de las obras de María Zambrano, tal vez la autora más densa, honda y audaz del pensamiento español de todos los tiempos. La exigencia de claridad que la propia Zambrano planteaba como horizonte moral y conceptual de la filosofía se traduce en un estilo con sobreabundancia de expresiones rotundas, apodícticas, válidas por sí mismas aunque deudoras de una cosmovisión que las ilumina y dignifica. Es por ello que la operación desnaturalizadora de Marí, y en general de todas las antologías que destilan aforismos a partir de textos de otra naturaleza, encuentra en este caso una plena justificación, tanto filosófica como poética.