Aforismo y poesía: convergencias resonantes


José Luis Trullo.- En los últimos años el aforismo y la poesía han tendido muchos puentes. No pocos poetas se han adentrado en el género más breve, incorporándolo como un registro más de su quehacer literario. Citaré, por ceñirme a los autores que residen en Sevilla, a Antonio Rivero Taravillo (Vilanos por el aire, Especulaciones ciegas, Vida en común), Javier Salvago (Hablando solo por la calle), Javier Sánchez Menéndez (Artilugios, Concepto), Jesús Cotta (Cometario), Victoria León (Insomnios), Enrique Baltanás (Minoría absoluta), Florencio Luque (El gato y la madeja), Tirso Priscilo Vallecillos (Homo Pokémons) a los que se les pueden sumar los andaluces José Mateos, Miguel Ángel Arcas, Javier Bozalongo, Carmen Camacho y un largo etcétera.

La propia Carmen de Camacho publicó en 2018 el libro Fuegos de palabras, con el subtítulo de El aforismo poético español de los siglos XX y XXI, en el cual, aparte de reunir numerosos textos de creación, insertaba un estudio preliminar, muy documentado y rico en propuestas, que se ha convertido desde su aparición en una referencia absoluta en el tema. Yo mismo tuve la fortuna de editar, en Libros al Albur, el volumen de entrevistas Una idea con su vuelo. Los poetas y el aforismo, en el cual quince autores reflexionaban sobre su acercamiento al aforismo, entre los que me gustaría destacar a Carlos Marzal, Jesús Montiel, Manuel Neila o Erika Martínez. En la reciente Semana del Aforismo de Sevilla participaron varios de los autores a los que he hecho referencia (Mateos, Rivero Taravillo, Salvago, Neila, Martínez), destacándose en el curso de las sesiones de debate las múltiples vías de intercomunicación que existen entre ambos géneros. También es destacable que en la revista Estación Poesía, dirigida por Rivero Taravillo y publicada por el CICUS de la Universidad de Sevilla, se incluyen desde hace unos números una selección de aforismos de un autor determinado como una sección estable. Por último, se han publicado ediciones de aforismos extraídos de los poemas de Luis Rosales y Luis García Montero, a cargo respectivamente de Enrique García-Máiquez y Carmen Canet, donde se ponía de manifiesto la ‒seguramente, involuntaria‒ vocación aforística de muchos poetas.

No creo que se trate de una moda pasajera. De hecho, y según demuestra sobradamente Carmen Camacho en su libro, el idilio entre ambas géneros se remonta varias décadas atrás, al menos, hasta el Juan de Mairena, de Antonio Machado. Muy destacables son los aforismos de Juan Ramón, que han conocido varias ediciones recientes; los cohetes de José Bergamín; los aerolitos de Carlos Edmundo de Ory; los sofismas de Vicente Núñez, o los aforismos de Ángel Crespo, José Ángel Valente y Rafael Pérez Estrada, cada uno con su perfil propio, más cercano o más lejano a la ortodoxia aforística (si es que se puede hablar de ella en un género tan escurridizo)

De todos modos, hay que diferenciar desde el principio a los poetas que escriben aforismos, pero no aforismos poéticos necesariamente, o no siempre (caso de Rivero Taravillo, Salvago, Marzal, Neila, Aitor Francos, Ander Mayora, Gabriel Insausti o Benjamín Prado), de aquellos que se decantan preferentemente por el tono lírico, caso de José Ángel Cilleruelo, José Luis Morante, Antonio Cabrera, Juan Manuel Uría, Lorenzo Oliván o Raquel Vázquez. Si en el primer caso abundan las reflexiones en prosa, con un ánimo crítico de debate más o menos conceptual, en el segundo se prefiere ahondar en la contemplación desde una receptividad íntima que se plasma en imágenes y metáforas plásticas. Son dos modos de abordar la escritura aforística radicalmente distintos: mientras que el aforista crítico se vuelca en la sociedad buscando, de un modo u otro, polemizar con ella aportando su perspectiva personal, el poético se retira (¡o se abre!) a una experiencia solitaria de su entorno vital, muchas veces en diálogo con la naturaleza. En este sentido, destacan los aforismos de Cilleruelo o Morante, cuya atmósfera de lúcida ensoñación comparte el temple lírico que solemos encontrar, también, en sus poemas. Asimismo hay autores que combinan en sus libros aforismos de ambos tipos, como José Mateos, Ana Pérez Cañamares o León Molina, eso sí, rehuyendo en estos casos el registro más ácido y sarcástico.

Lo cierto es que entre cierta poesía y cierto tipo de aforismo (no diré en todas, ni en todos) existe una vocación común que los autores que practican el apunte lírico no dejan de indagar, con resultados muy afortunados, casi siempre. ¿Cuál es esta vocación? Destacaría algunos aspectos que la caracterizan:

a) una decidida economía del lenguaje, que trata de suscitar un máximo denotativo con un mínimo connotativo: el laconismo se pondría así al servicio de la “resonancia” de la que ha hablado José Mateos como distintiva del aforismo poético, y que no pocos estudiosos aproximan a la estética del haiku;

b) una apuesta por los valores imaginativos de la palabra, prefiriendo la sugerencia, la insinuación y la apertura simbólica a la clausura asociada al concepto;

c) una voluntad por eludir los caminos trillados en aras de la investigación formal, en lo cual también se alejaría de los moldes de la sentencia y la máxima, más propensas al seco formulismo y los cauces tradicionales de la expresión apodíctica.

Son sólo tres aspectos en los que me parece que inciden, de forma recurrente, los poetas cuando escriben aforismos líricos. Sus libros, en consecuencia, se asemejan más a cuadernos de bitácora en los cuales uno puede sumergirse como en una laguna apacible, para navegarlos de la mano del autor, a diferencia de los volúmenes de aforismos de dicción clásica, en los que has de adentrarte pertrechado con un escudo y una espada bien afilada (incluso, a veces, con una armadura), tal es la beligerancia con que han sido escritos.

Me gustaría, a este respecto, apelar a dos conceptos de la psicología jungiana, que vienen a cuento de esta clara bifurcación del aforismo contemporáneo: por un lado, el apunte lírico apelaría a nuestra “ánima”, ese lado acuático y nocturno, asociado a la afectividad, a la receptividad y a la ensoñación; por el otro, la máxima y la sentencia se decantarían por el “ánimus”, terrestre y diurno, dialéctico, activo y lúcido (quizás hasta la arcada). Aunque ambas faces se complementan, como el yin y el yang, y deben coexistir en nuestra personalidad para mantener el equilibrio anímico necesario para sobrevivir, no deja de ser cierto que cada cual propende, por naturaleza, hacia uno de ambos registros, en los cuales halla lo que busca: motivos para ahondar y levitar, o razones para debatir y sacar conclusiones.

Que el aforismo poético potencie las virtualidades imaginativas del lenguaje no implica que carezca de contenido conceptual, sino que apuesta por un abordaje del mismo desde una lateralidad que rehúsa la “claridad y distinción” cartesianas para indagar en las potencialidades semánticas de la intuición. No en vano habla Camacho en su libro de la “nóesis” como pariente próxima de la “póiesis”, por cuanto el acceso al sentido se realizaría por la senda inmediata de la imagen, en lugar de por la autopista del argumento discursivo. Pero, incluso en ello, se diferencia el aforismo poético del prosaico (por así llamarlo) en su negativa a proporcionar certezas inconmovibles, lapidarias, prefiriendo la enunciación a media voz, mediante elipsis, circunloquios y elusiones. José Mateos ha hablado, en este sentido, de “aforismos de partida”, poéticos, frente a los “aforismos de llegada”, prosaicos. Yo preferiría utilizar otra nomenclatura, complementaria en verdad de la suya, y diferenciar entre aforismos de despegue y de aterrizaje: unos te invitan baudelairianamente al viaje y los otros te encierran en la mazmorra del castillo.

Trazada esta breve cartografía de los modos y maneras del aforismo lírico en la actualidad, me voy a detener en algunos de los poetas que con mayor fortuna, en mi opinión, se han adentrado en el ámbito aforístico, en muchos sentidos para renovarlo desde dentro. Con ustedes: José Mateos, José Ángel Cilleruelo, Juan Manuel Uría, Erika Martínez y Antonio Cabrera.


- José Mateos: Silencios escogidos (Comares)


Para crecer más en lo profundo siembro lo breve.

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Si realmente yo fuera yo, ¿quién sería?

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El miedo acaba encontrando su paraíso en el vientre de la ballena.

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La línea que me separa (¿de qué?) es la línea que me une (¿a qué?)

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Cuando perdí mi nombre fui como los árboles, que arraigan en su sombra.



- José Ángel Cilleruelo: Lunáticos (La Isla de Siltolá)


Pez que remonta la corriente y salta sobre las crestas de espuma y aletea en el aire y se oculta en las profundidades del cauce.

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Solo los ojos, hoja a hoja, le devuelven a cada página la blancura de página a la que aspira.

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Una palabra, y ya resuena el oleaje alrededor.

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Los girasoles memorizan en su interior poemas de una palabra con una fonética crujiente.

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Algunas palabras tiemblan si los dedos al continuar escribiendo las acarician sin pretenderlo. La voz, entonces, se les rompe un poco.


- Juan Manuel Uría: La ciencia de lo inútil (Trea)


¿Un pensamiento definitivo? Dejarlo atrás y comenzar a pensar de nuevo.

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Y que la ola no rompa en balde sobre la orilla, sin haberse sentido, por lo menos un instante, entero mar.

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Luz rara y siempre renacida la del poema oscuro.

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El poema es la palabra pensándose.

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La poesía curva el lenguaje como se curva la mirada (en la luz) para perfilar lo que se mira.

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La poesía es la razón que canta.



- Erika Martínez: Lenguaraz (Pre-Textos)


La grieta urgente del cascarón quita el sueño a los que van a morir.

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Perdonar como quien repuebla un bosque.

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Los hijos caminan hacia nosotros alejándose.

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Todo el mundo cae. Sólo en algunos permanece la altura.

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El arte se desvía para alcanzar el centro.



- Antonio Cabrera: Gracias, distancia (Cuadernos del Vigía)


Los ojos buscan en el gris como en ningún otro color.

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Quien ama las letras admira el rastro de lo dicho.

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Ningún poema se comprende por haber sido comprendido.

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Toda ausencia tiene lugar.

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El artista se hace experto en apnea.

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Todo lo que se dice sobre el mundo, el mundo lo disipa.

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Camino, luego abandono.






Enciclopedia de libros españoles de aforismos

Inauguramos nueva sección, en la que vamos a empezar a recopilar los mejores aforismos de los libros escritos por autores nacidos o residentes en España, y publicados en nuestro país a partir del año 2010 en adelante. Lo hacemos para reunir en un único espacio virtual la más ingente cantidad de información posible sobre este tema, a modo de "enciclopedia" para su consulta por parte de cualquier interesado o estudioso en el futuro. Las primera obras que incorporamos son los libros de Carlos Marzal, Ana Pérez Cañamares, Manuel Neila, Victoria León, José Luis Morante, Ander Mayora, Jordi Doce, Dionisia García, Fernando Menéndez, Erika Martínez, Felix Trull, José Antonio Santano, Emilio López Medina, Carmen Canet, José Ángel Cilleruelo, Pedro Roso, Antonio Rivero Taravillo, Miguel Ángel Arcas, Gabriel Insausti y Mario Pérez Antolín, entre otros.


Los aforistas que se ocupan de Dios

Una somera lectura de los libros publicados en España en los últimos años, y ciñéndonos exclusivamente al siglo XXI, nos permite afirmar, de manera taxativa, que los aforistas españoles vivos, contra la impresión apresurada, sí se ocupan de Dios. A propósito de la publicación de la antología Las cosas que no son. Los aforistas y Dios por parte de Libros al Albur, reunimos un puñado de aforismos sobre Dios escritos por Juan Kruz, José Luis García Martín, Gregorio Luri o Jesús Cotta, entre muchos otros.


De poetas a aforistas

Iniciamos en El Aforista una ronda de entrevistas con poetas que, en un momento dado, empezaron a cultivar el género más breve, hasta incorporarlo a su quehacer cotidiano. Contribuyen Ana Pérez Cañamares, León Molina, José Luis Morante, Raquel Vázquez, Karlos Linazasoro y Erika Martínez, entre otros.


Cioran: la pausa del espíritu

Émil Cioran fue uno de los escritores más personalmente antihumanistas del s. XX. Nacido en Rumanía, hijo -como Nietzsche- de un pastor, recaló en París hasta su muerte, renegando de todos los rebaños. Sus libros, justamente célebres por su pesimista visión de la existencia, poseen una bella melancolía que los salva de la insulsa salmodia quejica. En ellos, además, encontramos muchos de los aforismos más redondos de la filosofía reciente; herederos, en parte, de los del Schopenhauer de Parerga y Paralipomena, así como de los textos breves de Lichtenberg y Kierkegaard, abordan de manera acerada y cruel algunos de los temas lacerantes de nuestra condición humana: la plenitud imposible, la muerte, el fracaso, la historia y sus pesos, la poesía y sus contrapesos...  En El Aforista nos hacemos eco de algunos de los reunidos en El ocaso del pensamiento (1940), uno de sus títulos formalmente más equilibrados y austeros, si es que se pueden usar dichos epítetos en un autor tan decididamente desmesurado.


Los aforistas y la paternidad

¿Qué queda de la paternidad en el siglo XXI? ¿Hay todavía hombres que la vivan como un hecho gozoso y crucial de sus existencias, incluso como una suerte de “bautismo” personal? Con el objetivo de aportar alguna luz a este asunto, capital en la vida de todo hombre, Libros al Albur ha invitado a varios aforistas a aportar sus textos donde dejan constancia de su experiencia personal al respecto, lo cual ha dado como fruto Fili Mei. Los aforistas y Dios, una antología que verá la luz en breve. Publicamos un breve adelanto en exclusiva.


Pessoa: aprender a no ser nadie

La obra y la personalidad de Fernando Pessoa han sido sobradamente estudiadas, analizadas e incluso desmenuzadas desde que, en 1982, se diera a conocer uno de los títulos mayúsculos del siglo XX, su proteico y deforme Libro del desasosiego. La pluralidad y heterogeneidad del autor eran, no sólo conocidas, sino fomentadas por él mismo, así que sería ocioso abundar de nuevo en ello. Aun así, tal vez se haya incidido excesivamente en su gusto por los heterónimos desde la perspectiva de la multiplicación de la identidad personal, orillando el hecho de que, detrás de ella, late un proyecto de destrucción de la misma, una verdadera tarea de conquista del anonimato esencial del ser humano.


Gil-Albert: el placer de discurrir

Un arte de vivir es un volumen misceláneo, compuesto por anotaciones dispersas entre las cuales los aforismos tienen un papel destacado, donde Juan Gil-Albert (Alcoi, 1904-Valencia, 1994) "escribe, como si se tratara de un dietario personal", en palabras de Claudia Simón, aquellas reflexiones en bruto que luego darían pie, o no, a algunos de sus poemas, ensayos o artículos de prensa. Ese carácter primario, un tanto visceral, nos permite acceder a la intimidad del escritor desde una perspectiva nueva, la cual ya habíamos avizorado en su Breviarium vitae. Son sus disquisiciones, aun inspiradas en la España de su época, de total actualidad, plenamente vigentes, lo cual nos informa, para nuestro espanto, de lo poco que cambian algunas naciones por mucho que muden sus estructuras políticas, y para nuestro consuelo, de lo mucho que perviven los buenos textos cuando apuntan a lo esencial.


Hiram Barrios: "El aforismo es una suerte de épica posmoderna"

El Aforista entrevista a Hiram Barrios, a propósito del boom aforístico que está experimentando España en los últimos años. Barrios (nacido en 1983) es escritor, traductor y catedrático. Estudió Letras en la UNAM y es especialista en Literatura Mexicana por la UAM. Ha publicado cuentos, poemas, ensayos y traducciones para distintas revistas, periódicos y suplementos culturales de circulación nacional. Textos suyos han aparecido en revistas de Colombia, Venezuela, Argentina y España. Es autor de los libros El monstruo y otras mariposas (ensayo, 2013) y Apócrifo (aforismo, 2014). Como experto estudioso del aforismo, también es responsable de la antología de autores mexicanos titulada Lapidario (2015). Es profesor de arte y literatura en el Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México.


Los sofismas de Vicente Núñez

Vicente Núñez (Aguilar de la Frontera, Córdoba, 1926 - 2002) empezó a publicar sus peculiares 'sofismas' en octubre de 1987, y siguió haciéndolo prácticamente hasta su muerte en las páginas de los periódicos Córdoba y El Correo de Andalucía. Según indica Miguel Casado, "se trata de tiradas breves, que recogen en cada caso ocho o diez frases, sin una especial ordenación ni alguna clase de afinidad temática". Estos sofismas se recogieron en volumen en varias ocasiones: Sofisma (1994), Entimema (1997) o Sorites (2000). El propio Casado publicó la antología Nuevos sofismas (Germania, Alzira, 2001), en la cual agrupaba los aforismos por temas, a modo de diccionario extravagante; con ello muchas de las anotaciones se iluminaban entre sí, logrando una apariencia sistemática que tal vez no había buscado conscientemente el autor (lo cual no significa que no existiera). En El Aforista compartimos algunos de los aforismos de este libro que más nos han llamado la atención.


Karl Kraus: el artista es el Otro

En palabras del filósofo y aforista Miguel Catalán, "de la síntesis entre lo ético estético procede la importancia del aforismo que, a partir de 1905, irá dominando toda la escritura del austríaco Karl Kraus (28 de abril de 1874 - 12 de junio de 1936), pero que constituye también la forma secreta de toda su escritura. Canetti lo expresa indicando que en sus libros y discursos nunca existió un principio organizador dominante, sino que las frases aisladas (inatacables, perfectas) iban ensamblando, el modo de sillares, una Muralla China igualmente eficaz en todas sus partes. Quintaesencia de su estilo y de un ideario personal que intentaba unificar fondo y forma, el aforismo de Kraus presenta una densidad excepcional y unas aristas cortantes, cualidades que tanto influirían en el estilo de escritura de Ludwig Wittgenstein, Elias Canetti, Thomas Bernhard o Peter Handke". El Aforista publica una breve selección de los aforismos de Karl Kraus, extraídos de La tarea del artista (Casimiro, Madrid, 2011), con la pertinente autorización de su traductor y antólogo, el propio Catalán, a quien agradecemos su generosidad.


María Zambrano: la entraña del cielo

En el libro titulado Dictados y sentencias (Edhasa, Barcelona, 1999), Antoni Marí realizó una selección de frases entresacadas de las obras de María Zambrano, tal vez la autora más densa, honda y audaz del pensamiento español de todos los tiempos. La exigencia de claridad que la propia Zambrano planteaba como horizonte moral y conceptual de la filosofía se traduce en un estilo con sobreabundancia de expresiones rotundas, apodícticas, válidas por sí mismas aunque deudoras de una cosmovisión que las ilumina y dignifica. Es por ello que la operación desnaturalizadora de Marí, y en general de todas las antologías que destilan aforismos a partir de textos de otra naturaleza, encuentra en este caso una plena justificación, tanto filosófica como poética.