Demetrio Fernández Muñoz.- Orfeo no fue huérfano. Según qué genealogía mitológica, se disputan el título de la paternidad o Eagro o Apolo, y no cabe duda (madre no hay más que una) de que quien le dio a luz fue la musa de la épica, Calíope. Sin embargo, como entiende Antonio Rivero Taravillo, “las etimologías falsas lo serán para la prosa, para la poesía son las más certeras” y, por tanto, “Orfandad viene de Orfeo: todo el que canta es huérfano”, y el aforismo, tal como expone otro de los suyos, “dice verdad, aunque mienta”. Esta paradoja lógica, inherente la naturaleza del género, puede que se deba a ese tópico (pre)juicio sobre el aforismo que, al igual que interpreta Rivero Taravillo para la traducción de un poema, dice que “tan importante es cómo suene este al pensamiento como lo que signifique para el oído”.
La orfandad de Orfeo (publicado en septiembre de 2020 por Apeadero de Aforistas y Thémata editorial) es un nuevo libro de aforismos de Rivero Taravillo tras una muestra de acercamiento (bien)intencionado y persistente al género en su última trayectoria literaria con Vilanos por el aire (la Isla de Siltolá, 2017), Especulaciones ciegas (Fundación Rafael Pérez Estrada, 2018) y Vida en común (Libros al Albur, 2018).
Cabe notar que Rivero Taravillo, como gran parte de quienes han caído en la fiebre del aforismo en los últimos años, parece sumarse por cuestiones de moda literaria a la creciente ola del género que se encrespa en la actualidad. Aun así, nos encontramos ante un caso particular, ya que este autor presenta, desde sus inicios, una obra de intereses polifacéticos que parece desdeñar el encorsetamiento de los géneros y superar las adscripciones de poeta, novelista, autor de libros de viajes, cuentista, ensayista o, al caso, aforista. Este autor se encumbra al complejo e incomprendido marbete de escritor; escritor combinado con su oficio indeleble del que solo se le pueden señalar y reseñar aciertos y esfuerzos en el camino, el de traductor. Así, Rivero Taravillo contempla la labor literaria con ojo de mosca, sin una lente central que lo encasille dentro de un género determinado y, por tanto, debemos atender a su escritura aforística como una forma más (no además y en ningún caso menos) de su escritura, lejos de los parámetros de la literatura satélite a los que nos tiene acostumbrados este género en relación con sus autores. En otras y pocas palabras, los aforismos de Rivero Taravillo se presentan, tal como advierte, como “enanos que acometemos tareas de gigantes”, tareas con las que, sin paños calientes, cumplen.
Sobre todo, es por separado, tomados de uno en uno (tal vez como, en definitiva, resulta del todo eficaz un aforismo), cuando realmente los textos de Rivero Taravillo ganan fibra y enseñan músculo tanto formal como conceptualmente. Pese a que los hallemos con flecos (textos que se alejan del aforismo hacia el fragmento) o con rotos (textos que pecan del exceso de la oscura claridad de la brevitas), hay un número significativo de textos que ni exceden ni escasean de palabras para (re)crear el decoro que requiere la inteligibilidad del género. Él mismo aconseja que “un escritor que va a más: cada vez borra mejor”, y predica con el ejemplo.
En cuanto al plano conceptual, el aforismo de Taravillo se construye a partir del abanico amplio de la reflexión abierta sobre las realidades temáticas propuestas en sus secciones, aunque, en esencia, parece apostar por una declaración de oposición al culteranismo literario, que no a una faceta culturalista y comprometida de la literatura (“Cuando el mundo es incoherente, caótico, inconexo, quienes escribimos tenemos para tan gran herida la tirita de la concordancia”). De entre los diferentes recursos de la poética aforística, hace gala de una pericia con los juegos del significante (“Buena York y Nuevos Aires” “dos coplas de más”, “noche en virgilia” “desenlace fetal”, “juego de trinos”…), técnica propia de la escuela de maestros de la talla de Ramón Gómez de la Serna o Carlos Edmundo de Ory, y que continúa con una tradición del ingenio hispánico que bien supo ver Cernuda que “se mueve entre las cuatro esquinas de la realidad”.
Así, recogiendo el argumento mitológico de Orfeo, tal como este héroe, tras su fracaso en el rescate de Eurídice, se topó en su errante caminar con las bacantes y fue descuartizado por estas, que esparcieron sus miembros indiscriminadamente por las tierras de la Hélade. De Orfeo, la cabeza y la lira, ambas símbolos de la elocuencia exquisita y la fina poesía, una llegó a Lesbos, la otra al firmamento. Aquí, en el libro de Rivero Taravillo estos pedazos desembarcan en la sección “Los aforismos”. En esta parte el autor recoge de forma excelente píldoras de lucidez acerca de una poética para el género: la prosa poética sui generis (“con prosodia inadecuada, un aforismo verdadero suele ser falso”; “el aforismo es un travestido: va ataviado de prosa, pero es bajo ella poesía”), el carácter urgente y su peculiar concepto de verdad (“el aforismo es una verdad permanente que solo deja de serlo al término de sus uno o dos renglones”), la brevedad condensativa (“no escribe aforismo quien puede, sino quien poda”), la paradoja en el endoxon (“los aforismos tienen algo de viento. No sabemos si traen cosas o se las llevan”; “los aforismos se escriben en líneas rectas, a condición de que estas sean oblicuas), el papel activo del lector (“un buen aforismo comienza cuando el lector empieza a modificarlo”) o la técnica del fulmen in clausula (“las dos líneas de un buen aforismo, piedras que al frotarlas dan la chispa del fuego”).
En síntesis, el aforismo de Rivero Taravillo capta a la perfección la verticalidad del género pese a su horizontalidad: “Los aforismos se escriben en líneas rectas, a condición de que estas sean oblicuas”. Como dice: “Estoy reescribiendo el mundo. Ya voy por la letra B”, y lo animamos a continuar con su tarea. De cualquier crítica negativa recibida en esta reseña, me acojo a otro de sus aforismos, y que me disculpe: “en general, todo es excepción”.
Antonio Rivero Taravillo, La orfandad de Orfeo. Thémata / Apeadero de aforistas, Sevilla, 2020. Colección Gnomon, 5.
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