Una forma de estar en el mundo

 

Juan Manuel Uría.- El arte es la verdad de la belleza. Un arte moral, sencillamente porque el arte es ética, porque debajo de la pátina estética hay una realidad que quiere ser representada no como es (o aparenta ser) sino como debería ser. La belleza sería esto, una forma de mirar, una forma de estar en el mundo, una actitud. Emilio López Medina vuelve a usar conceptos que parecían de otra época: belleza, verdad, ética, en un campo, el del arte, más dado en los últimos tiempos a hablar de decoración, de entretenimiento, ocupada en dar brillo (falso brillo) a la banalidad de un realismo vacuo, intrascendente, que no va más allá de un horizonte previsible. Que no es ni siquiera horizonte sino mismidad sin significado profundo; trampantojo de horizonte. En definitiva una réplica de lo conocido, sin conmoción, sin transformación, sin la necesaria enmienda a la totalidad de lo que somos (y que es lo que debería provocar el verdadero arte).

Lo previsible no puede ser arte. Lo previsible es un adorno, es un bibelot, es rococó. Por eso López Medina, en sus 99 aforismos, nos habla de otra cosa: nos regresa a la intención original, al impulso prístino del hombre, a su necesidad de dar voz a la naturaleza, a la vida, para que podamos escucharla y regresar así al espíritu, a la transversalidad de un espíritu que (según Eugen Herrigel, en su “Zen en el arte del tiro con arco”,) tiene forma circular y es un espacio, tal la infancia es un espacio, un lugar que está ahí, más allá del tiempo. Un espíritu que informa a la materia para que traduzca a una forma artística lo inesperado, lo que no se ve, lo inexpresable. ¿Quién trata, hoy, en el mundo del arte contemporáneo, de expresar lo inexpresable? ¿Qué ha pasado con este trabajo, esta misión, propia de poetas, esencial del arte si quiere seguir llamándose arte? René Char, Kandinsky, el pintor de las cuevas de Lascaux, un niño con un rotulador en la mano; todos ellos han sido o son conocedores de que el único lenguaje posible para expresar lo indecible (y que la filosofía sigue sin poder hacer cabalmente) es una pincelada espontánea, un verso intuido, una forma azarosa, lo que nos retrata mejor que cualquier espejo. Así se crea un mundo, no desde la lógica cartesiana sino desde el fulgor, no desde la contención sino desde la exageración (todo arte es esencial y generadoramente exagerado), desde la perfección de lo imperfecto, del titubeo, del garabato impetuoso y no buscado, hallado, necesario como una exhalación. Es la lógica poética, es el lenguaje poético que obedece a una razón igualmente poética, que fundamenta una visión del arte radical (doble raíz que se hunde en lo más profundo de lo que somos y vuela en el aire de lo que vamos siendo) opuesta a la de hoy, víctima de lo accesorio y decorativo (y, sobra decirlo, de lo retórico sin ningún contenido). Arte de hoy que es reflejo, representación él mismo de una sociedad en decadencia, donde lo lúdico es prioritario y, por ende y consecuencia dialéctica, donde el mismo concepto del hombre, el mismo hombre, está en crisis.

Emilio López Medina tiene muy claro esta situación, lo ha diagnosticado muy bien y también sabe que el arte es la única respuesta que podemos dar, el más certero tratamiento. Una respuesta que materialmente (sanitariamente) debería estar en el núcleo de cualquier sociedad para darse una estructura, una solidez y tegumento, una solución de continuidad que no la lleve a –si no se hace nada- un terrible pronóstico: la descomposición final. López Medina sabe igualmente que el impulso del artista es un impulso constructor, sembrador, concientizador, y que su trabajo –repito- no sólo puede ser estético sino que, al ser su tarea una búsqueda de la verdad, de la verdad de la belleza, de la verdad en la belleza, ha de ser ineludiblemente ética, espiritual, transformando lo que miramos porque nos hemos transformado interiormente, y hemos transformando nuestra mirada, dando un nuevo sentido a lo que se ve, a la vida, a la humanidad. Sólo dándole un nuevo sentido al hombre –este sí verdadero horizonte- podremos rescatar a la humanidad. Un nuevo sentido para darnos una nueva forma de estar en el mundo; una nueva actitud.

Una nueva forma de trascender. Y en esto el artista es promotor y arquetipo, bien formado y con conocimiento claro de causa, fiel a su arte, a su trabajo, a su impulso, a su labor, a lo que debe hacer y no hacer, evitando la vanidad y lo accesorio del mundo contemporáneo (antiartístico). Fiel casi desde la servidumbre. Fiel como un soldado o un sacerdote disciplinado. Debemos regresar por lo tanto, porque en este caso avanzar es, paradójicamente, regresar, y recuperar el concepto de arte como formador de mundo, creador de mundo, de vida, de ser, recentrarlo (y reconcentrarlo) para que tenga la categoría que ha perdido, quitarle el disfraz ridículo con el que hoy lo viste una sociedad más preocupada en el cálculo y la lógica de lo útil, por lo intrascendente, que por la educación sentimental y la conciencia libre, potencial, de sus ciudadanos.

En La verdad de la belleza. 99 aforismos sobre el arte, Emilio López Medina nos entrega un breve manifiesto que podría muy bien servir no sólo a los estudiantes de las facultades de Bellas Artes, sino que podría entregarse, casi clandestinamente, en la entrada de las facultades de cualquier tipo, a la entrada de cualquier instituto, academia, escuela, teatro, cine, bar, portal, en cada calle, en cada barrio, en fin, a cualquier persona, como un manual o breviario preventivo para evitar, en la medida en que todavía se pueda evitar, que se malogren tantos talentos y tantas energías creadoras, contraponiendo a las inercias inéditos movimientos, y provocando, pincelada a pincelada, trazo a trazo, con paciencia geológica, sin prisa pero sin pausa, el cambio de perspectiva general que tanto necesitamos.

 

Emilio López Medina, La verdad de la belleza. 99 aforismos sobre el arte. Apeadero de Aforistas/Cypress Cultura, Sevilla, 2021, 70 págs. 


OTRAS RESEÑAS

Carmen Canet, Legere eligere 

Jesús Cotta, Homo mysticus

José Manuel Benítez Ariza, En el corazón del bosque

José Luis Trullo, Expirar en la frase más breve

Demetrio Fernández Muñoz, La lógica del fósforo

Javier Recas, El arte de la levedad

Florencio Luque, Caja de cromos

J.L. Trullo y A. Mayora, Meandros. En torno a Heráclito

José Luis Morante (ed.), 11 aforistas a contrapié

Antonio Rivero Taravillo, La orfandad de Orfeo

Ángel Crespo, Escrito en el aire. Aforismos 1975-1995

José Camón Aznar, Aforismos del solitario

Juan Manuel Uría, Dos por tarde

Rafael Ibáñez Molinero, La VIDA en minúscula

Felix Trull, Y de pronto, amanece

Javier Recas, Una aguda y grácil miniatura

Elías Moro, Lo inseguro

Emilio López Medina, La ignorancia

Hiram Barrios (ed.), Aforistas mexicanos actuales

AA.VV., Marcas en la piedra

J.L. Trullo y M. Neila (eds.), El cántaro a la fuente

Gregorio Luri: El amparo de las sombras

Miguel Catalán: Suma y sigue

León Molina: Tirar la piedra y esconder la mano

Miguel Ángel Gómez: Caída libre

Rosario Troncoso: Relámpagos

Miguel Ángel Alonso Treceño: Consciencia y viceversa

VV.AA.: Juega o muere. Los aforistas y lo lúdico

Francisco Ferrero: Un silencio propio

Carmet Canet y Javier Bozalongo: Cóncavo y convexo

Miguel Catalán: Suma breve

Gabriel Insausti: Estados de excepción

Rosendo Cid: Los consejos no son un buen sitio para quedarse a vivir

Javier Vela: El libro de las máscaras

Miguel Ángel Arcas: Los tres pies del gato

León Molina (ed.): La poesía es un faisán

Felix Trull: La lección de Pulgarcito

Javier Sánchez Menéndez: Concepto

Jesús Montiel: El amén de los árboles

Emilio López Medina: Del amor y todo lo que le es propio

Carmen Canet: La brisa y la lava

Eugenio d'Ors: Gnómica

Ricardo Virtanen: El funambulista ciego

Juan Manuel Uría: La ciencia de lo inútil

Antono Cabrera: Gracias, distancia

Antonio Rivero Taravillo: Vida en común

Emilio López Medina: El arte jovial

Mario Pérez Antolín: Crudeza

Fili Mei. Los aforistas y la paternidad

Jacob Iglesias: Ovejas negras

Jaime Fernández: Maniobras de distracción

Francisco Ferrero: La revolución de la paciencia

Felix Trull: Líneas de flotación

Ramón Eder: Pequeña galaxia

Las cosas que no son. Los aforistas y Dios

Ramón Eder: Palmeras solitarias

Hiram Barrios: Apócrifo

Aitor Francos: Camas

Carmen Canet: Luciérnagas

Juan Eduardo Cirlot: Aforismos del no mundo

Manuel Neila: El juego del hombre

Carmen Camacho: Fuegos de palabras

Gabriel Insausti: Saque de lengua

Victoria León: Insomnios

Ander Mayora: El páramo

Eliana Dukelsky: Crianza

León Molina (ed.): Verdad y media

Sergio García Clemente: Mirar de reojo

Benito Romero: Horizontes circulares


ARCHIVO DE RESEÑAS


Aforistas españoles vivos

Como un suculento y nutricio menú degustación define Elías Moro su lectura de este Aforistas españoles vivos que Libros al Albur ha puesto al alcance de los lectores aficionados al género. Un espléndido menú de once platos sabiamente combinados en los que, en variadas dosis y tiempos de cocción, y picando de aquí de y de allá, se paladean todos los sabores conocidos, "si bien, al menos para quien esto suscribe y acaso producto de los tiempos que corren, lo ácido y lo amargo se llevan la palma".


El mayúsculo Pascal de Torné

En unos tiempos tan estúpidos como los que nos ha tocado padecer, el Pascal de Torné (así es como habría que referirse en adelante a este extraordinario libro que ya siempre me acompañará en lo que me queda de vida) supone una inyección intelectual y espiritual mayúscula. No hay línea sin sopesar, párrafo sin provecho, página que esté de más; al contrario, es un libro que te crece entre las manos a medida que lo lees, entre el estupor y la maravilla.


Pere Saborit: disolver lo consabido

Cuando el humor se utiliza de esta forma lúcida, fina, sin acidez, se convierte en uno de los medios más eficaces para disolver lo consabido, el sinsentido del mundo que hemos construido, tan lleno de convencionalismos que lo acartonan, enjuagando la suciedad sobrepuesta, extrayendo los sentidos implícitos. Al igual que el restaurador, al limpiar el polvo acumulado en un retablo gótico por siglos de abandono, devuelve parte de su brillo original, Saborit quiere devolverle al lenguaje esa función higiénica que al menos palíe en parte el sinsentido del mundo que hemos construido.


Juan Manuel Uría: lo oculto bajo tierra

Dos por la mañana es el primer libro de aforismos del poeta vasco Juan Manuel Uría, y en él comparte autoría con el artista gráfico Pablo Gallo, quien 'comenta' los textos con sus primorosos dibujos, plenos de ingenio y buen gusto. Estos aforismos nos muestran a un autor maduro e irónico que rehúye el estilo sentencioso para desgranar verdades cotidianas, basadas en el sentido común y el desprecio por la impostura y la retórica gratuita. Según Uría, "el aforismo debe ser nómada, ligero pero de huella indeleble, y algo canalla", y sin duda tienen los suyos mucho de grácil e incluso lúdico.


Cometario, de Jesús Cotta

Los conceptos que utiliza Cotta no son, para nada, innovadores ni originales, y la verdad es que tampoco lo necesitamos pues, como reza su aforismo, remedando a Gide: "Todo está dicho, pero se nos ha olvidado". Así pues, Cometario está trufado de benditas obviedades, perogrulladas sanas y verdades como puños que, en estos tiempos de inflacionaria (y superflua) creatividad desnortada, nos recuerdan que lo importante sigue siendo lo que importaba a los que nos precedieron, e inquietará a los que nos sigan. Pues: "Si no existe una naturaleza humana universal, ¿por qué a los hombres nos ha dado siempre por lo mismo?".



El monstruo ama su laberinto, de Charles Simic

La mayoría de las veces, un libro es un solo libro. En contadas ocasiones, un libro es el afortunado abismo al que se asoma el lector para contemplar su verdadero rostro. Simic, en El monstruo ama su laberinto, conforma un muestrario de pinzas, espéculos, agujas, jeringas y bisturís que llagan las manos ensangrentadas de los que se atreven a pasar página. Simic, cirujano y paciente, obtiene de esa autoexploración especular, unas reflexiones que abren la puerta a la sátira: “Los sirvientes de los ricos y poderosos están convencidos de que nosotros les envidiamos su servidumbre”. Pero Simic no se conforma con regodearse señalando los vicios que llevaron a la podredumbre del presente. “El ojo atento empieza a oír”, escribe con áspera lucidez.


Mapa de ninguna parte, de León Molina

Molina es un aforista portentoso, muy dotado, que rehuye con disciplina el chiste y la vana ocurrencia, para acometer sus composiciones con una precisión exquisita, donde nada sobra ni se echa en falta. Son sus textos sumamente breves, sintéticos, aquilatados, aunque para nada simples: rezuman esa dulce ambigüedad que caractiza a los grandes cultivadores del género. Casi nunca pontifica, y cuando lo hace es con la sabia benevolencia del amigo que va a respetar lo que, en cualquier caso, queramos hacer con nuestra vida. "Seducir es inducir sin aducir".


Convivir con lo inestable, de Eliana Dukelsky

La lengua o el espejo, el primer título de la autora, no es un libro de aforismos al uso. Ello lo percibe enseguida el lector cuando, a diferencia de otros títulos, no puede soltar el libro tras la amena lectura de una docena de páginas, por miedo a saturarse. Por el contrario, la impresión (completamente subjetiva, como cualquier impresión) es la de haber emprendido un viaje junto a la autora, y estar recorriéndolo, de nuevo, junto a ella, en una suerte de travesía submarina de la cual, de un modo u otro, intuye que va a emerger renovado, purificado en cierto sentido.



De los aforismos de Lichtenberg, que tradicionalmente han conocido una excelente acogida en el mercado editorial español, existen tres ediciones distintas, publicadas por Edhasa, Cátedra y Fondo de Cultura Económica. Este volumen publicado por Hermida Editores, el primero de la obra completa que ahora se publica en traducción de Carlos Fortea y prólogo de Jaime Fernández, recoge los tres primeros cuadernos según la edición canónica publicada en alemán, con lo cual nos encontramos ante una novedad de importancia dentro del género en español.


Los seminales aforismos de José Bergamín

El aforismo ocupa en la creación bergaminiana un papel no menor que reconoce él mismo cuando asume que "mis textos extensos, en cierta medida, son aforismos perifrásticos. Y mis aforismos, una autobiografía sincopada". El carácter vehemente de Bergamín le induce, con frecuencia, a descargar conceptos como trallazos, no por intuitivos menos profundos. En una carta a un amigo, le confiesa esta naturaleza convulsa de su expresión aforística: "mis aforismos se amontonan, sin darme cuenta, y me estorban para trabajar. Tengo que echarlos fuera pronto".



Los Aforismos de Oscar Wilde que recopila Gabril Insausti en esta edición recientemente publicada por Renacimiento, dentro de la magnífica colección A la mínima dirigida por Manuel Neila, suponen una magnífica demostración del inmenso talento del autor para el género más brave. Se trata, en su mayoría, de frases entresacadas de sus propias obras, que avalan la capacidad sintética, incluso sentenciosa, del irlandés.


Ilusión y verdad del arte, de Nietzsche

Ilusión y verdad del arte es una antología de pensamientos de Friedrich Nietzsche en torno al tema de la ilusión y la autenticidad en el arte. Escogidos, traducidos y prologados por Miguel Catalán, dan una visión panorámica de las ideas del filósofo alemán sobre la función y el sentido del arte en la vida humana. Aunque el orden de los textos es temático y no temporal, por estas páginas van pasando ante los ojos del lector las distintas fases del pensamiento de Nietzsche hasta los casi desconocidos fragmentos póstumos.


Los entrañables motivos de Morante

En Motivos personales se establece "un diálogo raro entre un escepticismo de largo alcance y una ingenuidad entusiasta" que nos resulta familiar a quienes hemos superado la edad de creernos todo lo que nos cuenten. Esta veta pura que subsiste bajo la gruesa capa de los desengaños es la que le permite escribir, de forma espléndida: "No desmayes; en cada esquina roza la brisa del asombro" (que nunca sabremos si se lo decía porque lo creía o para no descreer de todo ya del todo), o: "De madrugada, un vitalismo insomne me pregunta qué hacer para empezar de nuevo". Probablemente Morante no se engañe y sepa que no es posible ese absoluto recomienzo: "Sé que lo creo no es cierto. Pero es tarde para buscar otras creencias"; pero sí que queda tiempo para ensayar pequeños reinicios, coincidiendo con la escritura de nuevas obras o, por qué no, con el reencuentro con las pequeña alegrías de la vida en contacto con la naturaleza.



Reflexiones del señor Z. no es un libro de aforismos, en el sentido clásico del término: sus 259 textos, más o menos breves todos ellos, encajan mal con la aspiración más o menos moral, más o menos sapiencial, del lapidario género más breve. Aquí, unos llevan a otros, como cuentas distintas de un mismo collar. Reflexiones del señor Z. tampoco es un libro de microrrelatos, entendidos como lentejuelas narrativas que brillan un momento, cuando incide sobre ellas la luz de la lectura, y luego se apaga. En este caso, la luz rebota y va dando saltos, sin encontrar un posadero al final.


El caracol dorado, de Dionisia García

El caracol dorado es una colección de aforismos que dibuja una sensibilidad moral; buena parte de los textos incide en la reflexión sobre las enseñanzas de lo cotidiano. Si es cierto que “abarcar el cromatismo de la vida es imposible”, el sujeto en tránsito mantiene un estado de búsqueda, ahonda en los matices, persiste en la tarea de observar las mutaciones y los pequeños gestos del entorno. De este modo de pensar y sentir surge el impulso de una escritura indagatoria que hace balance y postula enunciados aplicables a la experiencia. El libro prosigue el recorrido abierto en 1984 por Ideario de otoño, que halló continuidad, una década después, con Las voces detenidas.



La ventana invertida, del filósofo y mago Miguel Catalán, no es su primer libro. Ni es el primer libro suyo que leo. A Catalán, como a mí, le gusta lo breve. Seguramente, al igual que yo, lo ha leído todo. Sin duda es un lector exhaustivo, pero se queda con lo nuclear, lo contundente, lo esencial. Y todo ello le inspira lo propio. Esta “ventada invertida” lo presupone. Se nota que tiene un gran dominio de la concisión, al menos para expresar sus pensamientos por escrito. Y yo se lo agradezco profundamente. Esta ventana suya nos ofrece las reflexiones que se hace a sí mismo sobre su entorno más interno y externo.


La cruel certeza de Pérez Antolín

El aforismo goza de plena salud. Como género literario, ofrece una fórmula reflexiva, provocadora, asertiva que, pese a los interrogantes que es susceptible de abrir, da seguridad, pues proporciona una racionalidad que persigue poner en orden el mundo. Y el nuevo libro de Mario Pérez Antolín, La más cruel de las certezas, es un buen ejemplo de la actualidad del aforismo y de su eficacia como medio de expresar una racionalidad frente al desorden.

 
La duda sin complejos de Felipe Valle

Sobre un dolor mil veces reflexionado germinan los poemas, ensayos y narrativas de Felipe Valle Zubicaray. Pudiera parecer que su relación con los aforismos le revela como un chulo de certezas, pero lo cierto es que duda sin complejos. Borges diría de él que es inteligente porque duda. Quien suscribe añadiría que duda porque muere en cada palabra escrita. De sutil descaro se convierte en provocador de guillotina, donde primero se escribe lo que se siente y luego tal vez se lee lo que se piensa. Lo que son las cosas provoca en quien lo rastrea a golpe de clic ganas de más batalla. En este exótico diccionario, Felipe nos deja una vez más solos y a la intemperie para invitarnos a liderar el pensamiento propio estimulando el debate crítico y regenerador.



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